Primero no hacer daño

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

La infección por coronavirus no puede ser la única medida para evaluar el estado de salud de una población. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud es un “estado de completo bienestar físico, mental, social y no es sólo una ausencia de enfermedad”. La provocada por el Covid-19 no es sólo una pandemia … Leer más

La infección por coronavirus no puede ser la única medida para evaluar el estado de salud de una población. Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), la salud es un “estado de completo bienestar físico, mental, social y no es sólo una ausencia de enfermedad”.

La provocada por el Covid-19 no es sólo una pandemia infecciosa. Es, como se ha escrito muchas veces, una sindemia donde las interacciones entre enfermedades infecciosas, enfermedades no transmisibles y la edad se potencian, exacerbando los síntomas y la letalidad de la infección. Por lo tanto, la prevalencia y la gravedad de la pandemia covid-19 se están amplificando en función de las epidemias de enfermedades crónicas preexistentes, que a su vez se distribuyen en la sociedad de acuerdo con un gradiente social: su prevalencia aumenta a medida que disminuye el capital económico y social de los individuos. Este gradiente social también ilustra la noción de sindemia: las poblaciones económicamente frágiles con comorbilidades son las que han pagado el precio más alto por el Covid19 y por las decisiones que se han tomado para atacar la epidemia.

Cuando enfocamos nuestra atención y nuestros esfuerzos solamente en la reducción de la transmisión viral, independientemente de las vulnerabilidades, necesidades y enfermedades de cada individuo, tomamos una visión unidimensional de la salud y perdimos eficacia al tratar de abatir la mortalidad por el coronavirus. Además, es cada vez más claro que las restricciones adoptadas también han contribuido a aumentar las desigualdades económicas, sanitarias y sociales, y creado otras nuevas.

Cada vez parece más seguro que este coronavirus se vuelva endémico y que reaparezca periódicamente, junto con muchos virus respiratorios como el de la gripe. Por ello, debemos provocar un cambio de paradigma. Es hora de pasar de un enfoque médico centrado en el Covid19 a una visión de salud pública que considere la salud en todas sus dimensiones, incluido el medio ambiente, en todas las edades de vida.

Sabemos bien que los niños son menos afectados por Covid-19 y sus formas severas que el resto de la población, pero la gestión que hicimos de la crisis de salud si ha tenido un fuerte impacto en ellos. Su desarrollo, calidad de vida y salud física y mental se han visto gravemente afectados: se retrasaron sus cuidados curativos y preventivos, se deterioraron su aprendizaje y las oportunidades para su entorno familiar. Por la gestión de la epidemia, los niños también han sido expuestos a la desnutrición, inactividad física, las pantallas, los accidentes y la violencia domésticos.

El cierre de las escuelas exacerbó estas desigualdades sociales. Los niños que pagaron el precio más alto por la estrategia puesta en marcha en marzo y abril de 2020 son los que tienen más vulnerabilidades: niños dependientes de los servicios estatales destinados a garantizar el bienestar infantil, que viven en familias precarias, monoparentales, que habitan en viviendas frágiles, en riesgo de violencia o negligencia, con discapacidades o enfermedades. Los mismos protocolos que condujeron al cierre de las escuelas deben hacernos preguntarnos sobre la mejor estrategia para tratar la reapertura y enfrentar a esta nueva enfermedad que estará con nosotros por mucho tiempo.

Las medidas que hemos tomado para enfrentar la epidemia, incluida la vacunación, ilustran la que ha sido una estrategia sanitaria desproporcionada, que minimiza o ignora los riesgos que presenta cada persona, sus particularidades demográficas o trabajo. Las acciones sanitarias tomadas en función del riesgo (vacunación prioritaria de las personas objetivo del virus y los profesionales en riesgo, la adaptación al empleo en caso de factores de riesgo, la aplicación de medidas de contención adaptadas al contexto) deben considerarse y proponerse -no imponerse- a la población.

Al ver hacia atrás, el Covid-19 nos obliga a pensar que es urgente remendar la estrategia sanitaria y establecer un nuevo contrato social de acuerdo con el principio principal de la Medicina, “primero, no hacer daño” y abandonar las medidas que han causado más daño que beneficios.




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