Partir demasiado temprano

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

El sol de finales de marzo, cual testigo candente, caía inclemente sobre la plaza cívica de aquel plantel educativo, añadiendo temperatura a la pesadumbre experimentada en los sentimientos de la concurrencia. Se desarrollaba uno de esos eventos, en el que se dieron cita cientos de alumnos y exalumnos de secundaria, para rendir homenaje de cuerpo … Leer más

El sol de finales de marzo, cual testigo candente, caía inclemente sobre la plaza cívica de aquel plantel educativo, añadiendo temperatura a la pesadumbre experimentada en los sentimientos de la concurrencia.
Se desarrollaba uno de esos eventos, en el que se dieron cita cientos de alumnos y exalumnos de secundaria, para rendir homenaje de cuerpo presente a un profesor que tuvo que partir demasiado temprano de su corta vida biológica y el desempeño profesional.

Aquel reconocido maestro de Artes, quien combinaba su pasión pedagógica en la Educación Tecnológica (Dibujo Técnico), era el centro de atención esa ocasión.

Días antes cumplió 40 años. En ellos consagró sus energías dedicándolos a la noble profesión de enseñar. Los adolescentes que participaron en los grupos de danza folclórica a su cargo conocieron el rigor de sus instrucciones, la perseverancia en el desarrollo de las habilidades físicas para dominar ritmo, música, movimiento, coreografía, actitud, actuación, superar el pánico escénico, aplicar maquillaje, confección de vestuario, diseñar de accesorios, entre otras cualidades.

Perfeccionista hasta la exasperación. Era consciente de ello, pues desde pequeño aprendió que la atención en los mínimos detalles permitía la construcción de un todo cercano a la excelencia, lo cual garantizaba la colocación de sus contingentes año tras año, en el podio del primer lugar.

La vida puso en esa fecha contrastes inconcebibles: cada vez que había una reunión multitudinaria en torno a su persona, la algarabía, los silbidos, la música, el colorido, las porras, la admiración, muecas de aprobación del público, los gritos, el festejo, las luces, la alegría, hacían acto de presencia hinchando los corazones de los espectadores; ésta ocasión fueron desplazadas por las lágrimas, el llanto, la tristeza, la añoranza, la negación.

Los discursos emitidos en la ceremonia, aunque elocuentes, testimoniales y emotivos, no lograron disipar la congoja ni aminorar aquel sentimiento de duelo. Multiplicaron las razones para seguir derramando lágrimas, negándose a aceptar el desprendimiento y su ausencia.

La mayoría de sus amigos no supieron con precisión el funesto desenlace.

Circuló entre voces el dato de que se había estado preparando intensamente para una presentación importante del grupo. Tal vez el sobre entrenamiento, el estrés, la tensión, la fatiga provocaron un desmayo, motivo de una afectación cerebral quedando en estado inconsciente en el hospital.

Tras días de angustiosa espera, de numerosas examinaciones y estudios clínicos, el diagnóstico fue fatal, doloroso, no habría cura, haciendo patente las limitaciones de la ciencia médica. Casi una semana después tuvo que ser desconectado.

La admiración de sus colegas, alumnos, tutores y amigos ha trascendido en el tiempo. Tuvo una de esas personalidades extraordinarias que a veces aparecen en los gremios. Convirtió muchas veces el rechazo, la incomprensión y el señalamiento, en creatividad, audacia, valentía, ingenio y eficiencia.

Las capacidades humanas parecen no tener límite, pero esfuerzos físicos y ritmo de trabajo intenso como los que realizaba el Maestro Manuel, requieren también de asesoría y seguimiento especializado.




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