Otro año sin maíz

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicatoria: Al Sr. Juan Meléndez Contreras (QEPD), mi padre. Una exhalación de desaliento sumada a una mirada de tristeza contemplando la extensión agrícola, al tiempo que el desánimo envolvió su ser: parecía que una cuchilla gigantesca había pasado por el filo de los surcos tumbando todas las matas de maíz. Estaban en el suelo, desmadejadas, … Leer más

Dedicatoria:
Al Sr. Juan Meléndez Contreras (QEPD), mi padre.
Una exhalación de desaliento sumada a una mirada de tristeza contemplando la extensión agrícola, al tiempo que el desánimo envolvió su ser: parecía que una cuchilla gigantesca había pasado por el filo de los surcos tumbando todas las matas de maíz. Estaban en el suelo, desmadejadas, vacías, con la espiga hacia el suroeste. La primera helada del año (ésta vez, tempranera) había acabado con el sembradío que estaba apenas jiloteando.
Aquel gélido vientecillo norteño de la madrugada interrumpió abruptamente y de manera trágica los sueños de una buena cosecha y por ende, la posibilidad de subsistencia de las familias de la región.
Aquel caminar había sido más apresurado que otros días. En menos de una hora recorrió los más de seis kilómetros en cuesta arriba, distancia existente entre su vivienda y la parcela, con el ansia de asomarse a su siembra, abrigando la esperanza de que el lomerío circundante hubiera frenado un poco el descenso de la temperatura ambiental.
Había sido un año seco, las lluvias habían llegado tarde y por eso la siembra se había realizado a destiempo.
Considerables esfuerzos se habían aplicado por parte de hijas, hijos mayores y menores, de la esposa para el deshierbe manual surco a surco.
Regresar hasta tres veces durante el día para echar fuera del cercado vacas, borregas y cabras que destrozaban el posterío. Acudir a los oídos sordos del Delegado municipal para denunciar a los dueños de los ganados que cortaban el alambre de púa, quienes permitían la intromisión de los animales; quedarse a dormir a la intemperie al cuidado de la milpa. Aquella inversión de trabajo tuvo nuevamente ese año resultados adversos.
Se hizo presente el dilema de quedarse o emigrar a alguna ciudad vecina. Los jefes de familia que tenían ganado optaron por lo segundo comercializando sus animales antes de que bajara más su precio por la falta de forrajes. Otros, los más pobres, quedaron sin esa opción y se resignaron a permanecer al menos otro ciclo en espera de recibir, con una fe inquebrantable y curtida por la adversidad, el socorro de la Divina Providencia, Sabían de la recurrencia agreste de la Naturaleza, pero también reconocían su generosidad en tiempos mejores.
Juan decidió permanecer, resuelto a pugnar por un sistema justo, a persuadir a las autoridades el actuar con la Ley contra los vecinos omisos, a volver a arar la tierra con oportunidad cumpliendo con su compromiso de hombre de campo al atender las actividades básicas de la agricultura; reparar sus herramientas, nivelar el terreno, cultivar, reforzar el cercado, arreglar las acequias, seguir al cuidado de las pocas pertenencias disponibles. Subsistir en esa región árida, como muchos otros realizando acciones colaterales como cortar leña, producir ixtle.
Mujeres y hombres de trabajo en el campo son quienes fortalecen la producción de alimentos para los habitantes de las grandes urbes. Esa lucha pertinaz, cotidiana, es su aportación a la Patria.



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