Lo aprendió en la escuela

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicatoria a la profesora Silvia, mentora del amigo Ricardo Reyes Báez, en agradecimiento por sus enseñanzas.   Un vacío incómodo en el estómago, la cara alargada, pálida y la vista desencajada denotaban la sensación interna sumada a la angustia. Estaba perdido. Qué grandes eran las calles de aquella enorme ciudad, cuanta gente y ahora se magnificaba … Leer más

Dedicatoria a la profesora Silvia, mentora del amigo Ricardo Reyes Báez, en agradecimiento por sus enseñanzas.

 

Un vacío incómodo en el estómago, la cara alargada, pálida y la vista desencajada denotaban la sensación interna sumada a la angustia. Estaba perdido.

Qué grandes eran las calles de aquella enorme ciudad, cuanta gente y ahora se magnificaba el tamaño.

Sus ojos azorados hurgaban entre la gente, los automóviles, edificios sin poder ver a su mamá o hermanos.

Instantes previos su vista se recreó quizá por minutos contemplando juguetes llenos de color, nuevecitos, detrás del enorme cristal del aparador, anhelando ser dueño de alguno.

Su madre acostumbraba llevarlos a pasear los domingos por los parques, a donde pudieran llegar a pie, pagar siete pasajes en el camión urbano estaba lejos de sus posibilidades económicas

Durante la semana atendía a los hijos en lo más elemental porque cuidar a un marido enfermo, postrado en cama y lavar ajeno para mantener a todos, sustraía sus fuerzas y tiempo.

Aquel domingo iban alegres a la Alameda central de Monterrey.

Empezó a llorar, es la herramienta de los infantes ante una situación parecida, no sabía qué hacer, se acercó una buena señora, quien hacía preguntas para ayudarlo.

Por estar inconsolable, ninguna palabra fue entendible y optó por llevarlo a la Cruz Roja, que se encontraba a pocas cuadras. Iban con ese rumbo, cuando una luz de esperanza se plasmó en el panorama.

A lo lejos vio un enorme tanque elevado. Conocía ese paisaje porque estaba ubicado a una distancia media entre la escuela y su casa; jaloneó a la señora para mostrar por dónde podía llegar a la vivienda, pero firme ella lo depositó en la Benemérita Institución de Salud.

De inmediato lo boletinaron a las estaciones de radio, describiendo su apariencia física, mientras tanto, el pequeño recordaba la clase de Estudio de la Naturaleza con la maestra Silvia: “Bueno, si el tanque de agua de la fábrica de focos está allá y si el sol salió por mi derecha, entonces ando en el sur, tendría que caminar hacia el norte para llegar a ese lugar”, pensó.

Aprovechando un descuido de la Trabajadora Social asignada, escapó del edificio y caminó hacia el norte, cuidando de no perder la ubicación de aquel tinaco de la fábrica de bombillas, empezaba a reconocer el barrio, experimentando un gran alivio en su alma, al llegar sano y salvo al hogar.

¡Qué útil aquel conocimiento! “Vamos a ver una clase que nos va a servir para ubicarnos en los lugares en donde estemos y no nos perdamos”. Fue una sesión interesante para aprender los puntos cardinales.

“El oriente siempre será el lugar por donde sale el sol, le asignaremos el brazo derecho, el poniente queda hacia la izquierda y en esa dirección se meterá el sol; ya con los dos brazos extendidos hacia esos puntos cardinales el Norte y el Sur serán fáciles de encontrar, porque el primero estará enfrente de nosotros y el segundo a nuestra espalda”.

*Director de Educación Básica Federalizada.




Más noticias


Contenido Patrocinado