Lealtad no es sumisión ni complicidad

Simitrio Quezada.
Simitrio Quezada.

Entre nosotros pueden mover tanto sus hilos como sus ocultos intereses quienes insisten en creer ―y lo peor, imponer― que “lealtad” implica una supeditación permanente respecto a quien “se guarda lealtad”. Quienes así la exigen confunden adhesión con vulgar sumisión. Por absurdo que suene, la persona a quien se debe “lealtad” debe entonces ser vista … Leer más

Entre nosotros pueden mover tanto sus hilos como sus ocultos intereses quienes insisten en creer ―y lo peor, imponer― que “lealtad” implica una supeditación permanente respecto a quien “se guarda lealtad”.

Quienes así la exigen confunden adhesión con vulgar sumisión.

Por absurdo que suene, la persona a quien se debe “lealtad” debe entonces ser vista como alguien que nunca yerra, nunca se equivoca. Debe ser percibida como inmaculada, infalible, perfecta.

Debe el seguidor suprimir su inteligencia, su criterio, sus valores, en nombre de la mal asumida veneración.

Para quienes así demandan la lealtad ―personas confundidas por el delirio de su ego y muchas veces ambición― esta fidelidad implica no el cuestionamiento, no el titubeo, y sí la fe ciega, sí el aborregamiento contundente, sí la defensa a ultranza.

Es decir, la despersonalización del seguidor.

Uno con voto, pero no voz.

Qué importa el análisis, el debate, cuando al “líder” no se le debe cuestionar, no se le debe interpelar.

Que no se le toque ni con el pétalo de una sugerencia.

Lealtad es la cabeza baja, el “sí señor”, el marcharse a hacer la chamba que se pide.

El celo llega a tanto, que no pocas veces quien demanda lealtad comienza más pronto que tarde a soltar amenazas.

“Si no piensas como yo, no eres leal”, parecen decir en cada situación esas personas inescrupulosas.

“Yo te he hecho, tú debes estar conmigo”, remachan.

A veces, esa “lealtad” exigida implica también el silencio ante lo reprobable. Esto es, complicidad.

El panorama empeora cuando se establecen acuerdos tácitos de no denunciar la corrupción que se ve en el entorno. “Así debe ser esto: tú no te metas”.

De este modo, el doble discurso continúa ondeando.

La lealtad no debe ser confundida con la sumisión, y menos con la complicidad. En una sociedad donde lo injusto se oculta tras la justicia, lo detestable tras la decencia, lo artero tras el respeto, lo especulativo tras la austeridad, lo opaco tras la transparencia… es fácil caer en la trampa de que el silencio es la más grande muestra de lealtad, cuando es lo contrario. El sumiso no dialoga ni debate. Lo peor, no aporta ni enriquece.




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