La confianza en las fuerzas armadas

Jaime Santoyo Castro.
Jaime Santoyo Castro.

En este siglo hemos experimentado en México un enorme crecimiento de acciones delictivas y la pérdida de la paz y la concordia, que se ve reflejado en desaliento y desconfianza de la población en las autoridades.

En este siglo hemos experimentado en México un enorme crecimiento de acciones delictivas y la pérdida de la paz y la concordia, que se ve reflejado en desaliento y desconfianza de la población en las autoridades.

Dos cuestiones han coincidido en el resultado: La corrupción y la impunidad.

La corrupción desmedida en las esferas gubernamentales, combinada con la inexperiencia e incapacidad para establecer políticas públicas adecuadas y el desdén por las causas sociales, detonó un alarmante aumento de los niveles de pobreza extrema y la desesperación social ante la falta de oportunidades de desarrollo.

La incapacidad o la omisión para perseguir y castigar los delitos propició desconfianza en la autoridad, y la impunidad crece y se enseñorea como una peligrosa invitación a delinquir.

El crimen creció en fuerza y poder, mientras las fuerzas del orden se debilitaron y empequeñecieron. De ver a las policías persiguiendo delincuentes pasamos ahora a ver a los delincuentes persiguiendo a los policías y acribillándolos.

El territorio nacional se convirtió en un campo fértil para el desarrollo de la violencia y el crimen, desapareciendo el umbral de seguridad y paz de la sociedad. Las fuerzas civiles perdieron su fuerza porque sucumbieron ante la insuficiente asignación de recursos y preparación, la corrupción, el abuso, la indisciplina e incapacidad, dejando un vacío que fue aprovechado por el crimen.

Entones surgió como esperanza salvadora el Ejército y la Marina, que tenían bien ganada la confianza y el respaldo ciudadano por ser dos instituciones respetadas por su preparación, capacidad de respuesta, disciplina, honor, lealtad y por su inalterable compromiso de servir y fueron incorporadas (de manera temporal), a tareas de seguridad pública que no les correspondían y que además estaban fuera de sus facultades legales, pero por disciplina lo fueron aceptando.

Esa es la cuestión: Las fuerzas armadas no se impusieron. Su incursión en tareas de seguridad no fue por su voluntad. Fueron las autoridades civiles las que las metieron en este rubro; aunque el Presidente López Obrador les ha ampliado enormemente su campo de acción, con una visión militarista, que la sociedad ve con recelo, por ser contrario a las disposiciones constitucionales, pero más aún porque ello aumenta el poderío militar en desdoro de las fuerzas civiles, que históricamente pueden revertirse. No por nada la Constitución estableció límites.




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