Tos crónica

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

La amistad y la solidaridad descongelan el alma.

Al niño Maurilio Ezequiel Lucio González, en su cumpleaños (8).

Muy entrada la madrugada la madre volvió a enderezarse de la cama, al escuchar preocupada aquella persistente y seca tos de su hijo. Fue a la cocina y calentó agua para prepararle un té, endulzando con miel de abeja y dárselo a tomar.

De vuelta al lecho comentó con el esposo sobre la necesidad de llevarlo nuevamente al médico e insistir en que su muchacho se arropara mejor para ir a la escuela.

Recrudecía la temporada invernal y a veces, una tenue brisa hacía emitir vaho humeante de las bocas de las personas quienes, con el cuerpo enjuto como querían retener calor en ellos mismos. El niño se divertía jugando con el suyo, mientras temblaba de frío camino a la escuela.

Le disgustaba usar ropa abrigadora, pretextando que el estambre del suéter le picaba la piel, que las chamarras le impedían movilidad cuando jugaba. Prefería andar en ropa ligera, siempre encontraba la manera de “olvidar” en la casa lo que su mamá le preparaba para protegerse del frío. Ni siquiera utilizaba playera debajo de la camisa y menos aún se ponía los calcetines en los pies. Era grotesco mostrar el contraste de los tobillos desnudos calzando zapatos de buena marca.

En la escuela, su salón de clases estaba ubicado en un pasillo largo con paredes muy altas, las cuales impedían la filtración del sol y que éstos llegaran consoladoramente a la ventana del aula. Casi hasta el mediodía él y Nico, su compañero de pupitre, recibían los cálidos rayos del astro rey a sus espaldas. Eran los momentos más tonificantes de cada mañana.

Cierto día, en clase de Educación Física, estaban optimistas entre el contingente de alumnos realizando ensayo de marcha para cuando llegara el 24 de febrero, Día de la Bandera, fecha en que se realizaría el desfile cívico tradicional.

Ese día estaba nublado y un viento gélido se colaba por todas partes. Los dos niños, sorprendidos fueron turnados a la Dirección de la escuela. La maestra del grupo los llevó porque había pedido recurrentemente a estos dos pupilos, que llevarán ropa protectora del frío y no recibía respuesta. Siempre andaban en simple camisa.

Los mandaron a su casa con un recado de la directora “favor de enviar a su hijo con ropa abrigadora para esa temporada”, mismo que debían presentar a sus tutores y regresar con la firma de enterado por alguno de ellos.

Luego de tremendo regaño, muy a su pesar y sintiéndose ridículo (creía parecerse a sus demás condiscípulos que llegaban embozados en sendos abrigos, gorro, bufanda y guantes), el más pequeño regresó arropado y con la rúbrica en el consabido papel.

Nicolás regresó hasta el lunes, otra vez vestido con su sencilla camisa blanca (incumpliendo la tarea). Las posibilidades económicas eran adversas.

Su compañero podía soportar más reprimendas, optó por solidarizarse con él, aguantando la recurrente tos nocturna y las consabidas enfermedades en los pulmones.

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