Época alentadora

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

La comida es motivo de unión en todas las familias, los recursos del campo son esenciales.

Al matrimonio Ruiz Martínez (+) con cariño especial.

Después de largos meses aparecían los primeros nubarrones en aquel azul pero desolado cielo. Arriando los burros lograron avanzar más rápido pues querían llegar pronto a casa para evitar mojarse y para comer. Habían salido temprano, minutos después de haber llevado el nixtamal al molino y tener manera de hacer las tortillas al regreso.

Iba toda la familia luego de haber cumplido una jornada de trabajo en la parcela. Padre, madre hijos y hasta los dos sobrinos hijos de la tía Cuca se aglutinaron en la pequeña cocina, todos con particular apetito por lo prolongado del ayuno y el esfuerzo realizado.

En cuanto el comal estuvo a punto, la tía Candela preparó la masa de maíz que, apoyado sobre tres piedras, con los leños crepitando como música que conecta a los oídos con el estómago empezaron a salir deliciosas gordas de maíz del grosor de un dedo, al tamaño de sus manos abiertas.

En cuanto alguno de sus muchachos quiso tomar la primera, ella pidió esperar. la colocó de canto, recargada sobre uno de los tenamastes para que se acabaran de cocer y se dorara un poco más.

Había desprendido de una chichamba (flor de palma datilera), los botones de la flor eliminando el pistilo y puestos a hervir en un jarro; después los guisó con un poco de ajo y sal. Esta sopa, combinada con frijoles fueron el relleno de las ansiadas gordas.

La olla del café fue despidiendo su aroma hasta competir con el olor de la leña en combustión, sirvió en jarros empezando por el jefe de la casa, luego los fatigados hijos mayores y al último los impacientes niños, pero los más consentidos porque les preparaba de manera especial una gorda en migas (en vez de rellenar con alimento, les ponía un poco de manteca vegetal o de cerdo y daba un dorado casi tostado, ponía algunos granos de sal y era el manjar más apetecible para los golosos pequeños. También los obsequiaba un jarro con delicioso atole de aguamiel.

Afuera empezó un viento fuerte y se llevó las nubes. Todos sabían que las lluvias aún tardarían semanas, quizá meses en presentarse. Mientras tanto la tía se afanaría en cuidar las pocas provisiones de frijol y maíz que tenían de la cosecha del año anterior. Las haría rendir con flor de yuca y nopalitos de la temporada.

En el presente año 2024 los habitantes del semidesierto parecen agradecidos porque una ligera lluvia durante la segunda semana del mes de febrero motivó el crecimiento de algunas plantas: Las biznagas cabucheras son generosas, proporcionan sus botones de flor pare complementar la dieta alimentaria de la población; a la distancia se ven los quiotes de los magueyes; la yuca sorpresiva y elegantemente se ha adornado con sus blancas flores haciendo un paisaje particularmente hermoso y contribuye como forraje o sus dátiles en las próximas semanas del mes de mayo.

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