Contra Sansón a las patadas

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Aquella audacia de dos trabajadores contra el dueño generaba en ellos cierto titubeo, pero intuían la posible victoria sin saber el tiempo que podría tardar.

Al tío Aniceto Martínez Rodríguez, con gratitud.

Con dudas, sentimientos de desencanto y desilusión, los seis trabajadores de aquella pequeña empresa minera, empezaron a desmontar los motores eléctricos que accionaban los molinos del mineral. Esa había sido la orden de trabajo del día.

La sospecha ensombreció sus pensamientos, pues iniciaba una cuarta semana de actividad sin recibir el correspondiente salario y en sus familias flaqueaba la falta de recurso en su manutención.

Se les dificultaba aceptar el gesto de ingratitud del jefe, pues habían dado muestra de responsabilidad en desempeño de las tareas asignadas. Por ejemplo, entre Julián y Pancho cargaban a pala carbonera, la capacidad de dos camiones de diez toneladas cada uno en menos de cuatro horas. Su relación era de camaradería y apertura a la asignación de las encomiendas ordinarias.

El agravio los obligó a comentar y tomar determinaciones. En esa misma fecha, al término de la jornada se animaron a buscar asesoría legal en uno de los sindicatos mineros de la región. Caminaron hasta la carretera para esperar el transporte hacia la sede sindical; el Secretario de la Sección orientó sobre los pasos a seguir y los riesgos implícitos, además de las posibles acciones del patrón para desestimar la demanda.

Cuando caminaban a casa los siete kilómetros de donde los dejó el autobús seguían meditando sobre la estrategia a seguir, pues carecían de experiencia en este tipo de acontecimientos.

En una situación de crisis de esta naturaleza es complicado tomar acuerdos unánimes, así que venciendo el miedo Amado Salas y Pancho Meléndez (el más joven de todos), se declararon en Paro de labores por tiempo indefinido. Tuvieron la precaución de buscar al Delegado municipal la noche anterior, para que les ayudara a levantar un acta de hechos, quién se presentó a primera hora en el centro de trabajo para proceder a constatar el movimiento.

Aquella audacia de dos trabajadores contra el dueño generaba en ellos cierto titubeo, pero intuían la posible victoria sin saber el tiempo que podría tardar. Para su buena fortuna habían seguido sembrando la parcela. El último ciclo agrícola les había favorecido con una buena cosecha y podían soportar un poco la espera.

Al ver la formalidad del proceso, los demás compañeros se solidarizaron sumando fuerza.

El titular seguía sin presentarse a conciliar, pero ante la suspensión prometió que pasando los días de Navidad regresaría a pagar.

Convencidos de “llegar a un mal arreglo, en vez de un buen pleito”, emplazaron para el día último del mes de enero. Mientras fueron a proseguir el proceso a la Junta de Conciliación y Arbitraje de la capital zacatecana.

Transcurrieron cuatro largos meses en los que se agotaban sus reservas. Atendiendo sus animales, comercializando leña y produciendo ixtle, pero consiguieron la procedencia del embargo de maquinaria y el patrón, por más Influencias que movió, tuvo que hacer acto de presencia y llegar a un arreglo.

La perseverancia fue la mayor virtud de los trabajadores.

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