Tarde de piñata

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Las emociones diversas en una ocasión especial como el Día del niño.

A mis nietos Alex y Dany, bendiciones adicionales de la vida.

La tarde era tan alegre como lo eran en la infancia todos los sábados después de asistir a la doctrina en la capilla del rancho. Las nubes como grandes montañas de algodón con base plana y gris surcaban el cielo y dejaban filtrar algunos rayos iluminando aquel patio de juegos en el que las muchachas jugaban vólibol y más allá los niños tenían su encuentro de “Las veras”, (semejante al béisbol).

Sus catequistas “La Quitina”, “La Jerónima”, las tías Manuela y Juana. Algo hacían adentro de una de las habitaciones de “La casa grande”, propiedad del abuelito Pedro, porque tardaron en sumarse a la algarabía del recreo.

Hubo gritos de gusto cuando las vieron salir portando una hermosa piñata de seis picos. Los colores contrastantes del “papel de china” con el que la habían forrado en forma de rizos, sumaba elegancia a un festejo.

Estaba próximo el “Día del niño” y ellas quisieron festejarlo en su ordinaria jornada religiosa el sábado que antecedía a la fecha.

Rápidamente Julián Laredo y Leoncio López, los muchachos grandes treparon a dos respectivos árboles de pirul con el extremo de un mecate amarrado a la cintura y a horcajadas se colocaron entre las ramas.

En el columpio formado por la cuerda colgaron la piñata, se advertía pesada y pidieron hacer fila de niñas y fila de niños para turnarlos a romperla.

“¡Arriba… abajo… atrás… adelante! Gritaban entusiasmados a quien con los ojos vendados y un palo entre las manos intentaba golpear con fuerza para quebrarla.

Qué aburrido era ver las niñas porque no acertaban y además lo hacían con tan poca fuerza, que nada hubiera sucedido si se las pusieran enfrente y todas le hubieran golpeado. Hasta los encargados de mover la piñata se veían poco alegres sobre los árboles.

Pero luego siguieron los niños y todos intentaron golpear con mayor vigor. Hicieron sudar a los de arriba de tanto mover la cuerda para evitarle daños y conseguir que alcanzaran a turnarse los demás.

En el turno del primo Simón confiaron en que era chaparro, pero muy fuerte. Rompió el jarro de barro del centro y cayó la lluvia de dulces, cacahuates y galletas… el montón de muchachos que se lanzaron al suelo a tomar golosinas parecía una fuente al ver bailotear afuera del tumulto, solo asomaban piernas y suelas de zapatos.

Lograban salir con algo en las manos aterradas y despeinados.

Pocos vieron que aventó el mazo de madera el cual fue a parar a la frente del primo Chavel uno de los pequeños que cayó de espalda y sangrando abundantemente.

Las catequistas se hacían pedazos entre pretender contener la aglomeración por los confites; detener a las niñas para no ser aplastadas; atrapar a Simón y socorrer a Chavel.

El del parche en la frente se fue a casa contento con uno de los picos de la estrella lleno de golosinas. Una tarde “redonda”, con festejo pleno de emociones.

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