Timidez y vergüenza

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

La falta de confianza, el conocimiento que se adquiere con el trato diario, porque era apenas el inicio de la relación entre ellos y sus roles de actividad eran intensos e incompatibles, que apenas podían verse un momento en la hora de los alimentos.

Al amigo Salvador de los Reyes Fernández Guerrero, con afecto y gratitud.

Era impostergable darse un buen baño, a costa de cualquier cosa, así que con determinación colocó una manguera de una llave en la red de agua potable y la fue desenredando en toda su longitud, la cual por fortuna llegó hasta muy adentro de la nopalera que había al fondo del patio.

Llevó su ropa y allá, oculto de miradas se aseó como había deseado hacerlo desde el inicio de la semana. Aunque era un sábado soleado y el sol brillaba alegre aquel día primero del mes de noviembre, el bañarse a la intemperie, el mínimo vientecillo multiplicaba la sensación de frío. Cómo extrañó su lugar de origen, en el bello estado de Tamaulipas, porque detrás de su casa pasaba un río de aguas cristalinas y cálidas en pleno invierno. Solamente tenían que bajar el barranco y encontrar suficientes pozas para asearse o divertirse nadando. Pero ahora estaba muy lejos, en otras circunstancias. Aquello era ya solo un hermoso recuerdo.

Al terminar, regresó a la habitación castañeando los dientes. “Ya estoy listo”, dijo a su compañero de estudios. “Sigues tú. El agua no está caliente, pero tampoco helada”.

Todos los días se habían ido a la escuela con la incomodidad de falta de limpieza, pues aunque vestían ropa limpia, la sensación era desagradable.

Él y su condiscípulo, habían sido recibidos por la familia de esa vivienda, pero como no se conocían y el rol ordinario de actividades de cada uno era muy diverso, omitió involuntariamente manifestar cómo y dónde podían bañarse con regularidad.

Apenas salía de la habitación, con toalla, jabón y estropajo en mano, cuando tras la puerta se escucharon voces de la familia que regresaba de su trabajo. Recordaron que, entre otras cosas, les había faltado explicar ese indispensable asunto. Les señalaron en qué sitio guardaban una gran tina, cubetas y jabones que podían utilizar a discreción. No había local exprofeso, pero podían transportar esa tina a su habitación y ahí “bañarse de botecito”.

¿Por qué no habían solicitado lo necesario en su momento? Les cuestionaron.

La respuesta era obvia, la falta de confianza, el conocimiento que se adquiere con el trato diario, porque era apenas el inicio de la relación entre ellos y sus roles de actividad eran intensos e incompatibles, que apenas podían verse un momento en la hora de los alimentos.

Por supuesto que subyacía la pena, la timidez, la falta de arrojo en ese y otros asuntos de la vida cotidiana por estar en aquel nuevo contexto.

Todo estudiante o trabajador que se enfrenta a circunstancias en un lugar distinto al que está acostumbrado a vivir, sabe de las pequeñas y grandes dificultades para resolver las cosas elementales de su persona como lo son el lugar para dormir, alimentarse, asearse en lo personal, lavar la ropa, etc. Muchos que han experimentado esto dicen: “Los aprendizajes son significativos hasta que uno sale de su casa”.

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