Tiempo de pizca

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

La suma de pequeños esfuerzos genera productos grandes, con perseverancia y continuidad.

Ese día se quedaron con algunas dudas, mismas que guardaron para posteriormente encontrar alguna explicación. Eran tiempos en los que a los padres se obedecía sin cuestionar.

Eran dos niños en los albores de la adolescencia. Como los últimos seis años habían convivido en el medio urbano y rural, por ser escolares de educación primaria en la ciudad, pero los fines de semana iban a un rancho cercano, lugar de su nacimiento. Vivían allá abuelos, tíos, primos, tenían la oportunidad de disfrutar el confort de ambos medios.

Muy eventualmente el padre les asignaba actividades laborales que en edad de sus amigos de esa comunidad serían ordinarios, pero para ellos era un reto difícil de superar: pizcar el maíz que estaba aún en el rastrojo, arcinado en un montón gigantesco, cerca de la majada de los tíos Teresa y Pablo, distante a unos tres kilómetros de con los abuelos, donde debían pernoctar durante la noche.

Su papá se concretó a entregar un haz de costales donde se almacena el grano de las cosechas y les dijo: “Deberán pizcar y llenar estos sacos, vengo por ustedes el viernes o el sábado. Van a dormir en casa de los abuelos. Ahí almorzarán y cenarán, les darán provisión para la comida”.

Estaban de vacaciones, serían las primeras en pasarlas ocupados en esa faena.

En ocasiones previas habían colaborado con el abuelito Pedro y por ello sabían cómo realizar la tarea, pero no había herramienta básica (pizcador), lo cual fue resuelto de manera rústica. Cortaron segmentos de una rama de gobernadora (Larrea tridentata), hicieron punta afilada y con ello trabajaron. Los resultados fueron desalentadores por su falta de práctica. Soportar el sol de verano, la sed, cansancio y la aparición de cortaduras en las manos, por lo reseco y áspero del rastrojo, apenas lograron avanzar medio costal por jornada. Era fácil pero laboriosa y monótona.

El menor recordó que la herramienta era de forma ancha. Con un trozo de tabla de madera (de las desechadas en la cooperativa comunal), obteniendo mayor cantidad de mazorcas.

El jueves experimentaron mayor cansancio, casi arrastraban los pies de camino a casa. Solamente los animaba el haber decidido llevar unas cuantas mazorcas que luego desgranarían para después vender en la tienda.

Esa era otra duda: ¿Por qué los había dejado también sin dinero para gastar?

Del agotamiento pasaron a la euforia al pardear la tarde porque compraron galletas jarochas y refrescos de cola, pero el sentimiento de culpa subyacía en sus pensamientos por haberse tomado la atribución de esa venta, sin la autorización paterna.

Para su buena fortuna, el sábado ya tenían repletos siete costales. La suma de pequeños esfuerzos genera productos grandes, con perseverancia y continuidad.

Conforme a su personalidad el progenitor los dejó en esas condiciones para provocarles a buscar soluciones con sus propios medios, pues el domingo que fue por ellos se mostró satisfecho con los productos.

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