Signo de reconocimiento social

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

A la señora Eva Torres Urenda, por su espíritu de servicio. Las emociones que pueden experimentarse ante un evento inesperado, sorprenden de manera distinta de una persona a otra. Un mensaje anunciando una llamada telefónica tocó fibras sensibles, porque era una situación esporádica para ella. Ese día ordinario, afanosa preparaba los alimentos de niñas y … Leer más

A la señora Eva Torres Urenda, por su espíritu de servicio.

Las emociones que pueden experimentarse ante un evento inesperado, sorprenden de manera distinta de una persona a otra.

Un mensaje anunciando una llamada telefónica tocó fibras sensibles, porque era una situación esporádica para ella. Ese día ordinario, afanosa preparaba los alimentos de niñas y niños que de lunes a viernes pernoctaban en ese albergue rural, porque procedían de familias que vivían en la sierra, entre los estados de Zacatecas y Nayarit, en viviendas muy distantes una de otra, lo cual limitaba la posibilidad de contar con maestro de escuela.

Secándose las manos con el delantal mientras se lo quitaba para ir a atender el recado a la caseta telefónica del pueblo, sus pensamientos hurgaban en la profundidad de los mismos, tratando de adivinar el motivo y la persona.

Su andar rápido, combinado con sus deducciones, no lograron reducir esa inquietud y parecieron aumentar trayecto y tiempo.

Los pensamientos se aceleraron al escuchar aquella voz que resultó familiar en lo más recóndito de su cabeza.
“Bueno, Doña Eva ¿Se acuerda usted de mí?”.

Los ojos moviéndose de un lado al otro, mirando al vacío, consiguieron rebobinar la película, pero para evitar un desacierto, respondió: “¿Quién habla?”

– “Soy Ofelia, quizá no me recuerde, pero yo siempre la tengo presente. Estudié la primaria asistiendo al albergue porque vivía en la sierra.”

“Muchos viernes no tuve manera de regresarme a casa por falta de dinero para pagar el pasaje del camión que me dejaba más cerca o mi papá no podía ir por mí. Usted me llevaba a pasar el fin de semana con su familia, para no dejarme sola en los dormitorios.”

Aquel jovial timbre de voz, con los datos proporcionados dieron claridad a la remembranza.

– “Claro que sé quién eres. ¿Qué ha sido de ti, hija? Años después de que terminaste la primaria nos dimos cuenta que te habías perdido. Nadie daba razón de ti y nos quedamos con la preocupación por más de 20 años”, respondió la señora, con regocijo en el corazón al saber de su existencia.

– “Me escapé de la casa porque mis padres me maltrataban mucho. Pude llegar a Ojocaliente donde trabajé en una cocina. De ahí pude viajar a Estados Unidos. Acá me casé con un buen hombre de Michoacán y somos felices con nuestros dos hijos.”.
“Tengo una gratitud enorme por usted. Le quise llamar para decírselo y le voy a mandar un regalo que es poco para lo que recibí. Gracias por todo, doña Eva. La quiero mucho”.

Días después llegó el equivalente a quinientos dólares. El significado de esa experiencia llena su alma y aprovecha toda oportunidad para contarla.

Por muchos años atendió desinteresada y solidariamente a cientos de niños en su modesto trabajo de ecónoma.

Cuando en el sector educativo los trabajadores realizan su trabajo esperando reconocimiento social, es posible desesperarse, porque puede tardar docenas de años en llegar.

Director de Educación Básica Federalizada




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