Sabor del triunfo

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

La algarabía de los concurrentes explotó por el entusiasmo, los decibeles del ambiente subieron por las porras, aplausos y silbidos de los aficionados, reconociendo el triunfo de aquel equipo de vólibol.

En reconocimiento a los colegas Miguel Ángel Villarreal Glez, Juan José

Verdín Z. (+), Beatriz Santellano Romero y Ernesto Hdez. Montoya.

 

La algarabía de los concurrentes explotó por el entusiasmo, los decibeles del ambiente subieron por las porras, aplausos y silbidos de los aficionados, reconociendo el triunfo de aquel equipo de vólibol.

Los maestros alentaban a los demás pupilos a celebrar con gritos y vivas el desempeño de sus muchachos.

Rogelio Sandoval y Juan Manuel Santos Ortega encabezaron la fila del equipo, para pasar a la mesa del presidium a donde el Maestro de Ceremonias llamó, para recoger el trofeo del Primer Lugar: un flamante objeto elaborado con piedra ónix, con una efigie de latón cuya figura humana sostenía en alto, con el brazo derecho, la corona de laurel símbolo de la victoria.

Fue uno de los momentos más felices y gratificantes para los niños que integraban el equipo de la Escuela Primaria “Niños Héroes”, en el acto de Premiación y Clausura de aquellos primeros Juegos Deportivos y Culturales inter-escuelas, realizados en la cabecera de Zona Escolar, organizados por el Supervisor, maestro Pedro González Escamilla, en aquella demarcación geográfica, del extenso municipio de Mazapil, Zac.

El regocijo se paladeaba porque la competencia había sido intensa, estresante, reñida en las eliminatorias, principalmente con los aguerridos equipos en semifinal y final.

Todos sabían que la Delegación a vencer era la de Estación Camacho, comandada por el carismático, deportista, trabajador incansable maestro Mario Hernández Santos, quién de forma casi automática transmitía sus virtudes a los alumnos.

El reto anterior era ganar al competitivo equipo de Copas, donde el maestro Ovidio había conformado un gran conjunto, aquellos muchachos habían pasado de la introversión a confiar en sus esfuerzos y ahora se veían despiertos, hábiles, decididos.

Aquellos trabajos de preparación habían dado muy buenos resultados. Vivieron una de las experiencias más importantes en el devenir escolar porque viajaron desde sus escuelas de origen, todas alejadas en decenas de kilómetros por caminos de terracería y brecha, la escuela más cercana estaba a 10 km de distancia, la más lejana de las 29 participantes, a casi un centenar de kilómetros.

Casi al oscurecer, sonrientes y satisfechos los profes Miguel y quién esto escribe, saboreaban un refresco, sentados en la banqueta de la tienda, mientras esperaban la camioneta de redilas que los llevaría de regreso a casa. Los muchachos paseaban en la plaza. Vieron pasar al chaparrito Juan Manuel, recordaron las peripecias realizadas para “controlar” el ímpetu de ese chico. Eran tan desbordadas sus ganas de desempeñarse en el partido, que tuvieron que pedirle al director de la escuela que permaneciera pegado a la línea de la cancha más próxima a este pequeño, durante todos los partidos, para que lo “controlara” llamándolo a permanecer en su área de juego, porque ágil e inconsciente invadía las de sus demás compañeros, para poner la pelota al alcance del larguirucho Roger y éste pudiera clavar la pelota desde el filo de la red.

Fueron grandes aprendizajes obtenidos en el medio rural.

 

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