Estrenar escuela

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Era un gran día en la historia de la Educación Primaria de aquella comunidad rural. Un acontecimiento inédito quedaba grabado en la memoria colectiva.

Al maestro David Salas Salazar, con reconocimiento y gratitud.

El maestro puso el ejemplo, caminó el medio kilómetro de distancia loma arriba, hasta llegar al edificio nuevo, evocando a la escena de El Pípila. Con un lazo ató el escritorio, colocado a manera de mecapal lo ciñó a su frente y cargándolo inicio la fila de transportación.
Dos a dos los alumnos levantaron su banca y siguieron al mentor, levantando en peso los brumosos pupitres. Algunos los llevaban casi a rastra, apareciendo surcos en la tierra seca y suelta, bajo el sol del mes de mayo. Acudían a las casas de los vecinos a pedir agua para rehidratarse.

Era un gran día en la historia de la Educación Primaria de aquella comunidad rural. Un acontecimiento inédito quedaba grabado en la memoria colectiva.

Durante meses los padres de familia organizados desde la asamblea general de ejidatarios, con la asesoría y acompañamiento del profe David, elaboraron un rol de faenas para acarrear materiales de la región como piedra (caliche), madera, adobes, cal, arena, grava. Fue un trabajo físico arduo y un poco tardado, porque sus posibilidades económicas eran limitadas. El producto: un edificio blanco de arquitectura moderna que sobresalía del estilo arquitectónico de las viviendas y otras construcciones importantes de esa comunidad.

El profesor había dicho: “Hoy nos cambiaremos a la escuela nueva”. De inmediato niñas y niños fueron sacando sus bancas binarias y las colocaron en el gran patio de enfrente, luego ayudaron a dejar aquella estancia limpia y reluciente, tanto del interior como del acceso exterior.

Los tutores habían cumplido su parte y como era un día miércoles 5 de mayo, las carretas y animales de tiro estaban ocupadas en las labores ordinarias de sus dueños.
Pancho y Simón pensaron que, si pedían prestada una carretilla al tío Carlos, quizá sería más fácil ese traslado. Regresaron también provistos de sogas para sujetar las bancas. Luego de varios intentos, sólo pudieron trasladar de una en una, con menor esfuerzo mientras un chico empujaba, otros dos estiraban con un mecate, a la cuesta arriba.

Logrado el propósito, volvieron por la tarde para hacer el acomodo dentro del salón. Era uno sólo, como en la escuela viejita, pero más amplio. El maestro pudo separar con un pasillo, la fila entre sus pupilos de primero, segundo y tercero.
En tanto un equipo hacia el aseo, los demás limpiaban de piedra y escombro lo que sería el patio de juegos. El olor a cal se combinó con el fresco aroma a tierra mojada.

Trepado en una escalera el mentor pintó con letras grandes, color negro en la pared lateral que daba hacia el área de juego (y podía verse desde las casas de enfrente), un rótulo: “Escuela Primaria Federal Francisco I. Madero’’ y al centro, debajo de aquella hermosa inscripción, un flamante Escudo Nacional.

Distribuidas y ejecutadas las responsabilidades, las comunidades rinden buenos frutos. Cultivan identidad, protegen y cuidan su patrimonio cultural, hacen Patria.

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