
Sigifredo Noriega Barceló.
El deporte es juego, pasatiempo, diversión, válvula de escape, negocio…Quien lo practica o lo disfruta en las gradas busca o espera buenos resultados.
“También ustedes estén preparados”
Lucas 12,32-48
Nuestro tiempo se distingue por la gran cantidad de competencias deportivas que se realizan en todo el mundo, sean individuales o colectivas. El Papa Francisco recibía con frecuencia a deportistas de diversas disciplinas, edades y países junto con directivos, dueños y entrenadores; lo mismo hace ahora el Papa León XIV y más antes el Papa san Juan Pablo II.
Nuestro mundo globalizado no se entiende sin competencias deportivas locales, nacionales, regionales, mundiales.
El deporte es juego, pasatiempo, diversión, válvula de escape, negocio…Quien lo practica o lo disfruta en las gradas busca o espera buenos resultados. El deporte es un digno oficio para disfrutar, crecer como persona, ganarse la vida dignamente, socializar…
No podemos dejar de escuchar el Evangelio del domingo pasado al margen de quienes hacen del deporte un estilo de vida y un medio para desarrollar su potencial humano. Los pienso como buenos administradores de talentos y oportunidades.
Sueñan desde pequeños, se ponen la camiseta de competidores, se preparan física y anímicamente, dan lo mejor… Disciplina, confianza, respeto, vigilancia, responsabilidad, trabajo en equipo… son valores éticos que dan consistencia y sentido al proceso de convertirse en deportista y enriquecen el entorno personal y familiar.
Una sólida espiritualidad es fundamental para convertir a un deportista en atleta de Dios.
En el Evangelio, Jesús sigue instruyendo a sus discípulos y a la multitud durante su camino hacia lo definitivo, el triunfo final. No se trata de estrategias para conquistar trofeos que se enmohecen con el paso del tiempo sino de la fe y la entrega que necesita el creyente para lograr el tesoro inagotable del Reino de Dios.
La confianza total en Dios y el gozo de su cercanía son valores decisivos en el largo combate durante el camino de la vida del discípulo. Dios es padre, guía, entrenador, presencia, gracia. La ‘camiseta’ de Dios lleva el nombre santificado de misericordia, fidelidad, ternura, cercanía, presencia, amor eterno.
El discípulo está llamado a ser un atleta que se pone bien la camiseta de la vigilancia y la responsabilidad si quiere subir al podio de la gloria eterna. Responsabilidad y vigilancia se mezclan con “la túnica” del servicio para ser creíbles. El engaño del dopaje no cabe en la pureza de corazón que se exige al discípulo atleta. Si la camiseta combina estas actitudes la vida será luminosa, las puertas del Reino estarán abiertas y el Padre, dueño de todos los equipos, otorgará el premio de la victoria sin fin.
La certeza de la presencia misericordiosa del Padre activa la vigilancia y ésta, la responsabilidad del discípulo, atleta de Dios. Jesús ilustra este espíritu con una vigorosa parábola que es un bello canto a la realización de la esperanza aquí y ahora, con el prójimo y la creación. Nosotros somos hijos del Padre, simples administradores, no dueños del equipo, mucho menos señores de los demás. La buena práctica del deporte puede aportar mucho en la construcción de la paz.
El balón/pelota/ovoide del Reino está en nuestra cancha.