

José Luis Medina Lizalde.
No conocer la diferencia entre la opinión pública y la publicada cuesta caro en política.
Nadie con honestidad intelectual pone en duda que a siete años de gobernar, el proyecto de nación que en estos momentos encabeza Claudia Sheinbaum no está en fase de desgaste sino de consolidación, no porque no tenga franjas de decepcionados, algunos con honesta convicción y no pocos porque son de los que sus ideales perduran mientras están en la nómina, pero es indudable que la mayoría que respalda el movimiento fundado por López Obrador se ha fortalecido al paso de los días, la exitosa incursión en Washington de la presidenta y el acto masivo en el Zócalo al día siguiente son evidencias irrefutables
No todo el mérito le corresponde a la Cuarta Transformación, la oposición ha contribuido enormemente a que las cosas sean así.
Para la entonces clase gobernante desplazada la victoria de López Obrador fue una sorpresa, acostumbrada a pensar que los medios de comunicación sirven para pulsar el ánimo social no dimensionaron el tamaño de la ciudadanía desencantada de la coalición prianista gobernante durante 30 años (1988-2018) con la que se había operado la adopción del modelo de país al neoliberalismo. Esa clase gobernante repitió el error de la clase porfirista que nunca imaginó la sublevación popular como respuesta al fraude electoral contra Madero.
No conocer la diferencia entre la opinión pública y la publicada cuesta caro en política.
Un error conduce a otro. Cuando se sobreestima el papel de los medios de comunicación en la construcción de la convicción política se pierde de vista que para nada sirve disponer de ellos cuando el emisor del mensaje político es un actor sin credibilidad al que la conversación pública desmenuza sin piedad.
La oposición mintió diciendo que la ley que dispone que el ahorro no reclamado en las Afores se destine a mejorar el monto de las pensiones es para “robar a los trabajadores”, no tomaron en cuenta que la gente guarda en su memoria que se le mintió, así pasó cuando se aseveró que López Obrador buscaba relegirse, así pasará con la inventada prohibición de traspaso de concesiones de agua para uso agrícola.
El lenguaje ofensivo con el que se expresan no es consecuencia de “un modo de ser”, es parte de una estrategia que se complementa con la deliberada afectación de daños a terceros para poner en un predicamento a la autoridad para que se desgaste por no garantizar el libre tránsito en carreteras o por reprimir a los que protestan en “defensa de sus intereses”.
Alazraky es el especialista en comunicación que encabeza la ofensiva desde los medios de comunicación para conformar una minoría sumamente emocional dispuesta a todo, las marchas opositoras reflejan su “trabajo” cuando personas que ni idea tienen de lo que dicen se expresan con mucho odio contra la presidenta.
Insultar y mentir hace perder adeptos, pero no son adeptos lo que busca el dueño de TV Azteca y similares.
Hay dos modos de derrocar un gobierno, la insurrección popular, que es la sublevación de los desfavorecidos, y el golpismo, que es el recurso de minorías privilegiadas, Huerta encabezó un golpe de estado contra Madero, Venustiano Carranza encabezó una insurrección popular contra Huerta.
La democracia electoral se concibe para evitar ambas formas de disputa del poder, el respeto al voto se convierte en el soporte de la paz social, sólo que para ganar con reglas democráticas se necesita ser creíble, tener propuesta y aptitudes estratégicas, algo que la oposición no acredita tener.
Renuncia a la credibilidad cuando miente reiteradamente, se exhibe sin propuesta cuando su candidata Xóchitl Gálvez jura con sangre ante notario público su apoyo a los programas sociales y en cuanto pierden hablan horrores de los mismos y ningún estratega escoge como rostro público del PAN al presunto líder del cártel inmobiliario en Ciudad de México ni pone a Alito Moreno a dar la cara por el PRI.
Ni como ayudarlos.
Hay una franja opositora con propósitos de disputar el poder ganando adeptos, es la franja que tiene el reto de elaborar proyecto de nación alternativo al que gobierna y depurar sus tácticas de lucha para volverlas socialmente aceptables, es la oposición fundada en convicciones conservadoras legítimas de larga tradición.
Para su desgracia, aparece mezclada con otra franja opositora, no interesada en construir una alternativa para toda la sociedad porque no le preocupa toda la sociedad.
Con su alianza, el PRI y el PAN traicionaron sus principios, se apartaron del propósito fundacional de cada uno, ahora son el “es lo que hay” de minorías aferradas a privilegios ilegítimos como los evasores de impuestos, acaparadores del agua y otros residuos del pasado.
La oposición ha perdido siete años sin reponerse de la sorpresa.
Nos encontramos el jueves en Recreo