Frágiles

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

Quedan escasos días para que termine este 2020. Un año que la gran mayoría de nosotros quisiéramos borrar de la historia de nuestras vidas. Comentándolo con una y otras personas, ciertamente todos tenemos sentimientos encontrados. Hay quienes sólo tenemos palabras para agradecerle a Dios porque, hasta el momento, nos encontramos con vida, con salud, con … Leer más

Quedan escasos días para que termine este 2020. Un año que la gran mayoría de nosotros quisiéramos borrar de la historia de nuestras vidas.

Comentándolo con una y otras personas, ciertamente todos tenemos sentimientos encontrados.

Hay quienes sólo tenemos palabras para agradecerle a Dios porque, hasta el momento, nos encontramos con vida, con salud, con trabajo y, para nuestra gran fortuna, no hemos perdido a ningún ser querido en esta vorágine de desgracia.

Pero, en contraste, hay muchos que la han pasado bastante mal.

Es cierto que esta pandemia se ha llevado muchas cosas consigo. ¡Nos ha quitado tanto! A muchos, a un ser querido, a otros el trabajo y a todos la libertad de viajar, de reunirnos con la familia o con amigos, de salir a las plazas públicas y los centros comerciales o sencillamente al cine a disfrutar de una buena película.

Mientras que a nuestros hijos la posibilidad de ir a sus escuelas a aprender, jugar y convivir con sus compañeros.

Pero quedarnos en todo lo que hemos perdido sería solo producir un lamento estéril; yo creo que más bien lo que corresponde es quedarnos con las lecciones que nos hemos visto obligados a recibir por el altísimo precio que hemos pagado.

Ya he tenido la oportunidad de compartirle en este espacio un par de notas al respecto de las cosas buenas que, en mi caso, esta pandemia me ha dejado.

Pero, reflexionando un poco más al respecto, considero que tal vez la más importante de todas sea el darme cuenta de cuándo necesito a Dios y de qué tan poca cosa sería si no lo tuviera a él.

La enfermedad y la muerte son dos condiciones que nos obligan a comprender lo frágiles que somos y todo lo que necesitamos del Dios que nos creó y de su amor para aceptar lo que parece tan inaceptable y sobreponernos a un dolor que no sabíamos siquiera que pudiera existir.

Sin entender lo pasajero de esta vida, en contraste con lo duradero de la que se nos promete, nada de lo que vivimos, bueno o malo, tendría sentido.

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