En busca de un mejor futuro

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

* Dedicado al colega Ascensión García Cortina, por perseverante y decidido. Su actitud previsora le permitió adquirir un boleto de autobús para viajar desde Ciudad Acuña, Coahuila a San Luis Potosí, cuando fue deportado de los Estados Unidos. Traer escondidos algunos dólares en los calcetines había sido una buena decisión, porque ahí no registraron las … Leer más

* Dedicado al colega Ascensión García Cortina, por perseverante y decidido.

Su actitud previsora le permitió adquirir un boleto de autobús para viajar desde Ciudad Acuña, Coahuila a San Luis Potosí, cuando fue deportado de los Estados Unidos. Traer escondidos algunos dólares en los calcetines había sido una buena decisión, porque ahí no registraron las autoridades en el primer cateo.

Aquella vez logró escaparse aprovechando un ligero parpadeo de la policía y corrió entre las calles del lejano Fort Worth, Texas, con la vitalidad que un joven de 16 años puede tener. La persecución del oficial con el arma de fuego en mano, era motivo suficiente para aumentar la velocidad, sintiendo en las posaderas el golpeteo de sus talones. No se iba a detener ante las exhortaciones que le hacía “El gabacho”. No, sus pensamientos eran tan veloces como su carrera pretendiendo escabullirse.

Debía seguir trabajando allá, porque la responsabilidad que siente el hijo mayor con siete hermanos, obliga a adquirir madurez de manera acelerada.

Comprendía bien, tenía que ayudar a don Gabriel, su padre, quien labraba la tierra en El Charco, Tula, Tamaulipas, y era forzado por las circunstancias a trasladarse por temporadas al vecino país del Norte.

El desencanto y la frustración agolparon su cerebro porque un oficial de apoyo, le alcanzó en la patrulla. Fue una experiencia aterradora.

Durante el viaje a casa meditó las vueltas que le dio la vida a tan temprana edad. Había cruzado ilegalmente meses atrás con la colaboración de un “coyote”, conocido de su parentela. Trabajó las primeras dos semanas como mozo en una maderería, luego preparando los durmientes para las vías del ferrocarril durante un mes y los últimos cinco meses en una imprenta.

Asumió los riesgos porque las opciones añoradas se esfumaron aquella vez que, lleno de ilusiones, al concluir la educación secundaria, había solicitado admisión en una escuela que otorgaba becas a hijos de campesinos con bajos recursos económicos. Tenía certeza de haber cubierto todos los requisitos, pero la angustia, emoción y expectativa aceleraron sus latidos del corazón conforme fue leyendo la lista de los doscientos veinte aspirantes aceptados. Según se acercaba al final del documento, la sudoración en la frente y las manos, producto del nerviosismo fue aumentando abundantemente. Creyó haber revisado muy rápido el registro y tranquilamente, quizá buscando cómo esconder la turbación que le producía la brutal realidad, volvió a leer, repasando varias veces inútilmente.

Tuvo una sensación de la esterilidad en sus esfuerzos al caminar de seis a ocho kilómetros diariamente para cursar la secundaria, pero como una madre nunca pierde la esperanza, doña Alejandra le insistió en volver a sustentar examen de admisión, aprovechando los consejos del primo Gerardo, quien sabía el camino a recorrer.

Hizo el intento porque sabía que el estudio era el camino seguro para mejorar las condiciones de vida propias y familiares. No volvería a arriesgarse como esa vez, que llegó ante su mamá con sólo 10 dólares en el bolsillo.

*Director de Educación Básica Federalizada

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