En busca de mejor vida

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado al abuelito Pedro Meléndez Mendoza, con cariño y admiración “Sigue el rumbo de la vía del tren hasta que cruce con una carretera. Ahí preguntas hacia dónde queda Concepción del Oro, Zacatecas, allá te espero”. Instruyó a su quinceañero hermano, quien aspiraba también a una mejor condición de vida. Quizá ni debía quejarse pues … Leer más

Dedicado al abuelito Pedro Meléndez

Mendoza, con cariño y admiración

“Sigue el rumbo de la vía del tren hasta que cruce con una carretera. Ahí preguntas hacia dónde queda Concepción del Oro, Zacatecas, allá te espero”. Instruyó a su quinceañero hermano, quien aspiraba también a una mejor condición de vida.

Quizá ni debía quejarse pues pese a su corta edad, era ya capataz de cuadrilla en aquella Hacienda.

Fuerte fue la tentación de un trabajo remunerado semanalmente en las minas que habían adquirido fama en la región. Ese pensamiento rondaba su cabeza. Sus contemporáneos no se dieron cuenta porque su carácter serio y reservado era conocido por todos.

Una madrugada del mes de junio, sin hacer aspavientos, repartió las herramientas de trabajo a los peones para recolectar el aguamiel en la magueyera del hacendado y desprovisto de equipaje que delatara su intención de viajar, se enfiló hacia la vía del ferrocarril, desde la capital potosina hacia el Norte, conforme orientó su hermano Chon.

Caminó “a punta de huarache” por esa infinita fila de durmientes de madera y las candentes paralelas de fierro. No lograron distraerlo los minerales de Charcas y aunque el impulso creció en la región de Real de Catorce, siguió su camino. Pernoctó en el monte sin más cobijo que el firmamento y subsistiendo con hierbas, cactus, ratas y conejos. A las dos semanas llegó a la Estación Benjamín Méndez (hoy Carneros), del vecino Estado de Coahuila. El trayecto de aproximadamente cuatrocientos kilómetros pareció agotarle, pero sentir la proximidad de la meta fortaleció su convicción.

La última noche fue alentadora y, al clarear el día vio un sembradío de trigo con las espigas doradas, listas para el corte. El Jefe de la Estación del FFCC resultó ser el dueño. Ofreció sus servicios para segar la cosecha a cambio de alimento, cobijo e información. A la semana siguiente anduvo las veinte leguas restantes, ahora por el sendero del asfalto para llegar al centro minero.

Encontró el empleo y lo desempeñó por algunos años, pero su inclinación por la agricultura y ganadería proporcionó la fuerza para buscar tierras en préstamo en las vecinas áreas agrícolas.

Pasión, esfuerzo, trabajo y anhelos dieron frutos, pues en poco tiempo consiguieron adquirir tierra, ganado caprino y vacuno en propiedad. Él compró “La Casa Grande”, dando ejemplo a propios y extraños.

Cuando aprendió a leer se apasionó por las letras, la Biblia y el cuaderno de La Pastorela fueron sus libros de cabecera. Mandó a sus ocho hijos a la escuela y fomentó tanto el estudio como los valores de honestidad y solidaridad, principalmente.

Sesenta años después volvió a visitar a sus familiares, transportado en una camioneta del año del hijo mayor, quien tuvo éxito en la explotación de mercurio.

Su personalidad disponía de cualidades como perseverancia, bondad, convicción, empatía, generosidad, espiritualidad.  ¿Cómo las obtuvo?

La descendencia fue prolífica y a todos dio ejemplo de que el trabajo paciente, sistemático y constante genera resultados óptimos.




Más noticias


Contenido Patrocinado