

En las carreteras, las razones del bloqueo eran de supervivencia, no de ideología. El reclamo de los transportistas se sustenta en una crisis de seguridad documentada.
Lo ocurrido el lunes y ayer no fue una simple jornada de protestas gremiales; fue una crisis de gobernabilidad que evidenció la peligrosa desconexión entre el diseño de las políticas públicas y la realidad operativa del país. Durante 48 horas, transportistas y agricultores paralizaron caminos importantes en 19 estados, estrangulando el Arco Norte y tomando el control de aduanas estratégicas. La respuesta inicial del gobierno reveló no solo una falta de oficio político, sino también una fractura en la coordinación del gabinete de seguridad.
Mientras la secretaria de Gobernación, Rosa Icela Rodríguez, intentaba sofocar la crisis descalificándola como un “sabotaje político” orquestado por la oposición e insinuaba la existencia de carpetas de investigación contra los líderes, en la Mañanera de ayer la presidenta Claudia Sheinbaum tuvo que salir a desmentir a su propia encargada de la política interior. Con un tajante “no, no es cierto”, la mandataria negó la persecución judicial, evidenciando que la estrategia de la amenaza penal era una finta retórica que solo incendió aún más los ánimos.
En las carreteras, las razones del bloqueo eran de supervivencia, no de ideología. El reclamo de los transportistas se sustenta en una crisis de seguridad documentada: datos oficiales registran casi 22 asaltos diarios al transporte de carga, el 82% de ellos con violencia. Sin embargo, lo más alarmante es la tecnificación del crimen organizado, que ya utiliza drones para cazar unidades en el Valle de México. Atrapado entre bandas criminales de alta tecnología y policías locales que instalan retenes para extorsionar, el gremio confirmó que la Guardia Nacional ha sido rebasada.
Simultáneamente, el campo se levantó contra un error de cálculo en la iniciativa de la Ley de Aguas Nacionales, elaborada por la Conagua. El proyecto, en su afán legítimo de combatir la especulación y el “huachicol de agua”, prohibía de tajo la transmisión de derechos entre particulares. Los redactores ignoraron que, al desvincular el agua de la tierra, colapsaban el valor financiero de los ranchos como garantía bancaria y ponían en el limbo las herencias familiares. Fue un diseño de escritorio carente de sensibilidad económica, social y política que unificó al sector productivo contra el gobierno.
La presión de mantener al país semiparalizado —mientras el precio de la carne de res subía 18.58%, su mayor alza en una década — forzó al Legislativo a corregir la plana. Ricardo Monreal tuvo que operar para minimizar la crisis, abriendo la puerta a una regulación condicionada que permita transmisiones bajo candados técnicos, en lugar de la prohibición total que proponía la nueva ley.
Los dos días anteriores dejan una lección crítica: la legitimidad electoral no sustituye a la eficacia administrativa. Si el gobierno federal sigue calificando problemas estructurales como meras conspiraciones políticas, la respuesta seguirá siendo errática. El reto para la presidenta Sheinbaum ya no es solo liberar las carreteras, sino alinear a un gabinete que, ante la presión, mostró tener dos cabezas y ninguna estrategia unificada.
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