¿Cuánto vale la vida?

Juan Carlos Ramos León.
Juan Carlos Ramos León.

El pasado 11 de septiembre se cumplieron ya 20 años desde los terribles atentados que todos conocemos contra el pueblo estadounidense y contra la humanidad entera. Por estos días tuve la oportunidad de ver una película cuyo título en español tomé prestado para dárselo a esta publicación: “¿Cuánto vale la vida?” (Worth, por su título … Leer más

El pasado 11 de septiembre se cumplieron ya 20 años desde los terribles atentados que todos conocemos contra el pueblo estadounidense y contra la humanidad entera.

Por estos días tuve la oportunidad de ver una película cuyo título en español tomé prestado para dárselo a esta publicación: “¿Cuánto vale la vida?” (Worth, por su título en inglés).

La película trata sobre las gestiones de un bufete de abogados para indemnizar a los deudos de las víctimas de los atentados por parte del gobierno. El socio principal del bufete se convierte en una especie de “perito de la vida” ya que le es conferida la muy difícil tarea de calcular los montos y convencer a cada uno de los afectados.

Entre los que perdieron a alguien se encuentra de todo: desde quienes se sorprenden con las sumas que se les ofrecen hasta los codiciosos que ven la oportunidad de lucrar con aquello, pasando por quienes inclusive se negaron a aceptar un solo centavo como afirmando con ello que la vida de un ser querido no se puede tasar en términos monetarios.

¿Cuánto vale la vida? ¿La suya, la de su pareja o la de sus hijos? Por supuesto que se puede determinar el valor de lo que una familia dejaría de percibir si faltase su sustento principal, o lo que ha costado mantener a un hijo durante tres, cinco o diez años, pero lo que no se puede medir en dinero es ese vínculo que nos une a nuestros seres queridos, porque cuando se llegan a ir de nuestro lado es como si se nos arrancase un trozo de la propia existencia.

Tal vez sea muy difícil responder a la pregunta ¿Cuánto vale la vida? Pero yo sí le voy a decir cuándo no lo vale y esto es la pérdida de la propia paz. No hay nada que repare ni mucho menos sustituya a quien se quiere y ya no está pero quizás la mejor forma de honrar su memoria sea aprender a vivir consciente de su ausencia, haciendo cada día el esfuerzo por recuperar la propia paz en una vida que continúa y que exige dejar muchas cosas atrás para poder seguir viviéndola.

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