Cerca del amanecer

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado con gratitud especial a Don Antonio Cháirez Saldaña (QEPD). La beca recibida conforme a su promedio de calificaciones apenas era suficiente para cubrir los gastos elementales de hospedaje y alimentos. Su familia pasaba por grandes sacrificios para mantener a sus hermanos menores en la educación básica. El futuro inmediato se avizoraba complicado por la … Leer más

Dedicado con gratitud especial a Don Antonio Cháirez Saldaña (QEPD).

La beca recibida conforme a su promedio de calificaciones apenas era suficiente para cubrir los gastos elementales de hospedaje y alimentos. Su familia pasaba por grandes sacrificios para mantener a sus hermanos menores en la educación básica.

El futuro inmediato se avizoraba complicado por la falta de recursos económicos y cada día había mayor demanda para adquirir lo necesario, elaborar los materiales didácticos y desarrollar las prácticas profesionales. Debía ser impecable y variado, acorde a los contenidos educativos, con el diseño de actividades previstas en los planes de clase que hacía con esmero.

Había cursado el primer año de sus estudios disponiendo solamente de un par de pantalones y camisas  pero ahora necesitaba cuidar más su presentación personal ante sus alumnos.

En algún libro había leído que la parte más oscura de la noche está muy cerca del amanecer. Quiso pensar que eso le sucedía, que la angustia de la carencia de dinero para afrontar aquellos desembolsos importantes en la carrera, pronto podrían resolverse.

Creyó que su pensamiento lo engañaba porque no existía forma alguna de animarse. El hogar paterno muy lejos y con la tarea de atender también gastos inherentes a sus otros ocho hermanos, cuatro habían truncado la Secundaria, razón por la cual el no podía fallarles. Debía seguir hasta el último instante.

Cierto día, un amigo de su papá y patrón del tío Benito Rodríguez lo buscó para encomendarle una acción que realizaba con regularidad en aquella región. Don Antonio Cháirez era dueño de varias sinfonolas que tenía distribuidas en cafeterías, cantinas y restaurantes, mismas que acudía a dar mantenimiento mensualmente. Había una que particularmente requería su atención personalizada con mayor frecuencia, instalada en un Café de la ciudad donde vivía este joven estudiante.

Como el uso era más intenso que en otros establecimientos, la caja que recibía las monedas pronto se llenaba obstruyendo el mecanismo, interrumpía el funcionamiento. La dueña llamaba de inmediato para que la fueran a arreglar, provocando un esfuerzo considerable por la inversión de varias horas del tiempo, desplazamiento de cientos de kilómetros, pago de combustible, desgaste del vehículo y distracción de sus actividades ordinarias.

Proporcionó al muchacho una llave para que acudiera a revisar el aparato musical, recogiera el dinero y lo guardará para cuando hiciera su recorrido de rigor.

Hubo ocasión en que el problema del funcionamiento se debía a que algunos usuarios introducían otros objetos en lugar de monedas y el mecanismo las detectaba, suspendiendo el servicio.

Para su buena fortuna reunía entre un mil y cuatro mil pesos, de los cuales generosamente aquel agradecido señor le dejaba el veinte por ciento de las ganancias.

Acabaron las penurias porque tuvo la posibilidad de cumplir eficientemente con sus compromisos escolares, como documentos y fotografías. Llegó a considerar que podría adquirir un flamante anillo de graduación al término de sus estudios, pero no, lo superfluo fue inalcanzable, se concentró en lo importante.




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