Aprendizaje forzoso

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

Dedicado al ejemplar primo, Ismael Martínez Barrientos Los dolores leves fueron desapareciendo, pero otros se agudizaron conforme pasaban los minutos. Fatigado pedaleaba la bicicleta cuesta arriba, rumbo a su casa, pensando en llegar sin hacerse visible a su hermano Pancho, pues había tomado sin permiso el artefacto que aquel utilizaba para trasladarse a trabajar en … Leer más

Dedicado al ejemplar primo, Ismael Martínez Barrientos

Los dolores leves fueron desapareciendo, pero otros se agudizaron conforme pasaban los minutos. Fatigado pedaleaba la bicicleta cuesta arriba, rumbo a su casa, pensando en llegar sin hacerse visible a su hermano Pancho, pues había tomado sin permiso el artefacto que aquel utilizaba para trasladarse a trabajar en la mina.

Pero ese día el quería pasearse un poco en la pendiente. Apenas había dejado el último jacal del rancho, cuando inexplicablemente los manubrios se le torcieron y sin poder controlarlos, la rueda delantera se atravesó y la inercia lo catapultó por encima, rodando hecho ovillo por el bordo central de la terracería. La grava suelta amortiguó el aterrizaje, resultando con varios raspones.

Era inadmisible la caída, porque a priori no detectó obstrucción alguna en la rodada donde circulaba. Se levantó sacudiendo el polvo de la ropa, examinándola sin encontrar rotura alguna. Fue difícil localizar los sitios donde se pegó, porque eran muchos.
Sintió escurrir un líquido caliente hasta llegar al zapato. El sudor no le permitió darse cuenta de una lesión en la espinilla de la pierna derecha. La sangre humedeció el calcetín y la punzada aumentaba de nivel.

Cuando examinó el motivo del derrape, pudo concluir que una piedra de apenas el tamaño de una nuez, desvió la rueda generando las cabriolas que lo lanzaron al suelo. ¿El mayor dolor estaba en el orgullo herido?

Apretando ojos y dientes para soportar el escozor, se lavó con agua, jabón e improvisó una venda. Días después informó a su madre porque la rústica curación fue insuficiente infectándose la incisión.

Hacía años que manejaba bicicleta. Ni siquiera cuando su primo Ismael lo enseñó a andar en ella tuvo caídas. Mucho tiempo atrás, durante varios domingos había invitado a él y su hermano para ir a casa de Don Jesús Ramírez a rentar una bici por una hora, gastando en ello lo que su padre le daba los sábados, privándose de otras distracciones como ir al cine, adquirir útiles escolares o golosinas durante la semana.

Los llevaba a la calle Independencia (prácticamente la única amplia y nivelada en la ciudad con orografía irregular, característica de la región minera). Ayudaba a subirse por turnos uno a uno, sosteniéndola del cuadro, instruyendo la forma de colocar los pies en los pedales, sujetarse con fuerza del manillar y pedalear. Primero él mismo los sostenía con ambos brazos durante el recorrido, luego con una mano sujetaba de la tija, corriendo detrás suyo, gritando indicaciones hasta soltarles sin aviso previo.

Su excelente asesoría impidió accidentes pues los capacitó sobre riesgos y desperfectos mecánicos en las partes y componentes del artefacto.

La sensación de vértigo, la adrenalina y los aprendizajes al aumentar la velocidad, dar vueltas y estacionarse junto a la banqueta para alcanzar el suelo, produjeron varias tardes de alegría y conocimiento.

Quedó claro que experimentar un accidente produce cierta erudición e implementación de prevenciones, detección de riesgos.

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