¿Y por qué Dinamarca?

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

El sistema de salud mexicano se parece al de Dinamarca, sin que especifiquen en qué.

Desde antes de las elecciones de 2018, una curiosa falacia se ha instalado en el panorama mediático que, por su repetición, parece haber perdido toda capacidad de sorprender. Desde entonces, en los medios y en los discursos se plantea que el sistema de salud mexicano se parezca al de Dinamarca, sin que se especifique en qué ni cuándo. Sin embargo, durante estos años, los confinamientos, los protocolos preventivos, la tardía adopción del uso de mascarillas, la vacunación, parecen tener un solo objetivo: preservar las deterioradas capacidades del sistema de salud. Este objetivo va acompañado de boletines de salud regulares en los que se pretende contradecir las quejas de los usuarios del sistema de salud, especialmente de quienes sufren enfermedades catastróficas.

No está tan lejos el tiempo en que el razonamiento era el contrario. En lugar de desarrollar la prevención y la atención para preservar el sistema de salud, la cuestión era medir las necesidades de salud de la población para definir los presupuestos, la distribución y el tamaño necesarios de las estructuras de salud. En otras palabras, el objetivo no era adaptar el estado de salud de los ciudadanos al sistema, sino su mejor salud posible.

Esta nueva forma de pensar, invirtiendo valores, se ha afianzado gradualmente. Desde 2020, estallada la pandemia, se ha convertido en el nuevo paradigma. Las preocupaciones financieras dan forma al sistema de salud.

A pesar de los repetidos llamamientos de muchos profesionales de la salud, el barco de la salud continúa su viaje, imperturbable, y se requiere que los ciudadanos se aseguren de que se preserve un sistema enfermo. No hace mucho, la prensa no titulaba las muertes o discapacidades que podría generar una nueva “ola” de Covid-19, ni el previsible resurgimiento de los contagios de Covid-19, gripe y bronquiolitis, y mucho menos el aplazamiento de la atención. Ante las escenas de familiares de pacientes en estado crítico que veían su deterioro hasta la muerte de algunos en las salas de espera o en las banquetas de los hospitales que nos dejó la epidemia, la pregunta angustiosa era: ¿soportará el sistema de salud?, ¿soportarán los profesionales de la salud?

Sin embargo, no corresponde a los enfermos aliviar el sistema de salud, es todo lo contrario. ¿Es demasiado caro, demasiado lujoso, utópico volver a un sistema de salud que tendría como objetivo aumentar la duración y la calidad de vida de los mexicanos, y no simplemente mantenerse? Realismo, control presupuestario, déficit de creación de personal especializado, baja participación de la salud en el producto interior bruto (PIB)…

La necesidad de una “revisión” del sistema de salud se recuerda regularmente. Presupone una regulación que ha afectado al sistema sanitario -público y privado- hasta el punto de la asfixia. Como parámetro grueso, la duración promedio de la estancia en medicina-cirugía-obstetricia no ha tenido una reducción desde 2011, cuando se supone que la eficiencia de la atención permitiría estancias cortas y la reducción en la aparición de complicaciones.

Pero el sistema de atención médica es un barco que no parece tener brújula, ya que nuestro sistema de vigilancia estadística se mantiene al mínimo o no es tomado en cuenta. Poco o nada se sabe sobre la relevancia de los actos de cuidado o prevención; no hay un análisis de los efectos globales y territoriales de la demografía médica en el acceso a la atención, especialmente en el impacto a la expectativa de vida de personas aisladas, pobres en recursos culturales, sociales y financieros. La expectativa de vida al nacer en México ha disminuido como en ningún otro país de la OCDE, aunque no está completamente claro a qué se puede atribuir esta preocupante deriva.

El debate sobre la salud no puede permanecer limitado a discutir la atención de enfermos. Se trata de discutir la prioridad que tiene la salud entre otros objetivos de las políticas públicas nacionales y estatales.

La pregunta está lejos de ser simple. La salud a veces compite con otras políticas públicas. La crisis del Covid-19 nos ha recordado que la vivienda y la nutrición son elementos esenciales para la salud. Las condiciones de trabajo, y no sólo el empleo, producen enfermedades profesionales, a menudo silenciosas o no reconocidas.

Ahora que ya estamos en tiempos electorales es urgente ver el estado de bienestar no como una carga, sino como un medio para crear riqueza, especialmente económica. Por lo tanto, en el gran debate necesario sobre la salud, es imperativo no incluir la salud en el gasto, sino en las inversiones.




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