La decadencia y sus jinetes

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

La esperanza del progreso perpetuo estaba en el corazón de la civilización occidental.

En julio de 1969, la audacia humana empujó a la civilización occidental al pináculo de la prosperidad. ¡Hombres caminaban sobre la Luna! En ese momento, imaginamos que la humanidad conquistaría el espacio, colonizando otros planetas. ¡Pamplinas! La era espacial terminó en 1986 en una bola de chispas y humo de la explosión del Challenger. Desde entonces, la humanidad se ha desilusionado. Hoy, los que tenemos el mundo en el bolsillo, al alcance de nuestros smartphones, ya ni siquiera tenemos las capacidades tecnológicas para volver a nuestro satélite. Hay una historia nacional parecida: el TLC, que se suponía nos lanzaría a los mexicanos a la élite de las potencias mundiales fue un espejismo que se desvaneció ante las imágenes de los encapuchados zapatistas aparecidos el mismo día de 1994.

La esperanza del progreso perpetuo estaba en el corazón de la civilización occidental, por un lado; el deseo perenne de los mexicanos de pertenecer a los países rectores del mundo estaba en el nuestro. El fin de la era espacial y el subdesarrollo personificado por el zapatismo, correspondieron en cada caso a un repliegue en sí mismo, a una penumbra. 

Contrariamente a lo que piensan algunos asustados centristas (la imagen podría ser la de cualquier dirigente de organismo empresarial), que ven en el apogeo de la “polarización” de la actualidad de la vida pública mexicana un retorno a los años treinta, el momento que vivimos tiene más que ver con el fin del régimen de partido único que con la Revolución Mexicana, recuerda más a los últimos días del juarismo que a las luces de quienes protagonizaron el pensamiento de la Reforma o a las páginas de la prensa describiendo y desmenuzando las revueltas de 1908. ¿Qué es la decadencia? En palabras de Ross Douthat, es una sociedad con la panza medio llena y en estado de modorra, agotada, deprimida, pero plagada de brotes de violencia nihilista, una sociedad “víctima de sí misma”, arrasada por cuatro jinetes de la decadencia: estancamiento, esclerosis, esterilidad y repetición.

Primero: estancamiento. Con el debido respeto a las empresas del corredor de Nuevo León a Querétaro, que han estado prometiendo increíbles avances que cambiarán nuestras vidas e impulsarán el crecimiento, hemos entrado en una era de limitaciones económicas. Estos límites son estructurales: el exceso de deuda, el peso demográfico de una sociedad improductiva y que envejece, la emigración de los jóvenes y los talentosos, el sistema educativo que nos deja indefensos ante el mundo y las limitaciones ambientales. Es cierto que los últimos gobiernos han prometido Internet para todos como un logro espectacular, pero ha ocupado nuestros cerebros más que cambiado nuestras vidas: menos que la electricidad, el petróleo, el agua corriente y las vacunas. Nos prometieron volar por el cielo, tenemos 140 caracteres y algunos likes.

Luego, la esclerosis. Las instituciones mexicanas son disfuncionales, lo que lleva a un estancamiento político que produce resentimiento social frustración; perviven exprimidas por las restricciones tecnocráticas, paralizadas por el descontento sectorial, incapaces de producir reformas estructurales. Vivimos en una “parchecracia”, en la que cada solución es un remiendo incapaz de producir grandes cambios -nada más recordemos el número de parches que tiene la Constitución y el resultado de la mayoría de esos. No hemos logrado una reforma fiscal que es urgente. ¿Y la seguridad? Ni hablar de educación o salud.

Tercero, esterilidad. Aunque la pirámide poblacional mexicana sigue teniendo base ancha, estamos formando una panza en ella -más bien la llantita de alguien obeso-. La lista de factores es larga: el individualismo, el fin de la religión, la anticoncepción, la disminución de la mortalidad infantil, el trabajo de las mujeres, la imposibilidad de una pareja, pero los resultados son inequívocos: una sociedad menos dinámica, renuente a asumir riesgos, con intensos movimientos migratorios, que se mete psicofármacos para compensar su soledad.

Por último, la repetición cultural. Es la era de los bioptics y de los refritos de las telenovelas mexicanas de la década pasada que uno quiera. La literatura languidece en el género periodístico de la autoficción o en el ensayo leído por poquitos. La música ha estado reproduciendo los mismos éxitos pop durante treinta años. El reciclaje es la característica cultural de nuestro tiempo.

Nuestro futuro es menos violencia que sedación. Estamos más abrumados por la flojera que carcomidos por una “fiebre”, para usar el título de una serie de moda. A la luz de lo que se puede ver en estos días de “la contienda electoral más grande de la historia de México”, es muy posible que nuestra sociedad esté acurrucada como en la denigrante imagen clásica de antaño, al pie de un cactus, tapada por un sombrero guango y envuelta en un sarape, bajo el efecto sedante del sol, tocando una y otra vez los grandes éxitos de su juventud, pretendiendo una imaginación en llamas, pero en realidad silenciosamente anestesiada. Inevitable cierta forma de decadencia cuando una sociedad no tiene a dónde ir.




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