Republicanos y liberales

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Fue en la década de 1970 cuando surgió una nueva visión moral del mundo, ya no republicana, sino democrática y liberal.

¡Que levanten la mano los que no son republicanos! No hay ninguna mano levantada en la clase política. Desde la extrema derecha hasta la extrema izquierda, pasando por el centro, el socialismo, el liberalismo, el conservadurismo, la derecha, incluso el ecologismo, hoy todo el mundo se cree republicano, de modo que el concepto se ha convertido en una de esas palabras en las que uno cuelga de ella lo que quiere, uno de esos términos que cantan más de lo que hablan. Y es que, ¿qué nuestro país no es una república?

Sin embargo, incluso en la década de 1990, tenía sentido decirse republicano, especialmente en el mundo escolar. Así serlo era compartir la convicción de que el laicismo no se puede negociar, que la escuela no está ahí para reflejar la sociedad, con sus desigualdades de riqueza y comunitarismo religioso, sino por el contrario para corregirlas, para promover la igualdad de oportunidades. ¿Qué no en una república todos somos ciudadanos libres e iguales? ¿Qué no los republicanos del mundo, los griegos, los franceses y también los mexicanos, crearon por sobre todo sistemas de educación como base de su sociedad y su sistema político?

Ser republicano no era sólo abogar por un Estado laico, neutral, que no conociera ni ideología ni religión oficial, sino que era desear que, en el aula, la tarea principal del maestro no fuera consagrar las creencias familiares o los prejuicios políticos, sino enseñar conocimiento, pensamiento crítico, a “pensar por sí mismo”. Aunque esta enseñanza a veces contradiga los prejuicios de la sociedad civil. Los republicanos y los liberales de izquierda eran entonces -y son ahora-, por lo tanto, diametralmente opuestos.

En el plano ético y filosófico, fue en el período posterior a los años sesenta del siglo 20 cuando surgió una nueva concepción de la educación, que pretendía reemplazar la ética excesivamente represiva de los movimientos revolucionarios. Para ir al grano, esta última, la celebrada por Vasconcelos (aunque con antecedentes en otras repúblicas), se basaba sobre todo en la idea de que hay normas trascendentes en relación con el individuo: “trascendente” significa “superior y externo” a él. En estas condiciones, el papel primordial de la educación republicana era asegurar que los alumnos -y con esta palabra también deberíamos decir “elevar”- fueran conducidos de un nivel n a un nivel n+1. En otras palabras, el propósito de la escuela era asegurar que, al final de la escolarización, los niños fueran diferentes de lo que eran al principio, que alcanzaran un nivel superior de conocimiento y autonomía intelectual.

El objetivo, entonces, era una forma de alienación en el sentido etimológico del término. Todavía existía la creencia de que, si no poníamos el listón muy alto, conseguiríamos muy poco. Se trataba, por tanto, de un sistema exigente, de una escuela de meritocracia y excelencia en la que se valoraban por encima de todo el esfuerzo y el trabajo, simbolizado por las orejas de burro por un lado y la entrega de premios por el otro. Esto también fue simbolizado por el maestro prefiriendo al alumno no dotado pero trabajador al que tiene “facilidades” pero que no hace nada con ellas.

Paradójicamente, la idea republicana no era en muchos sentidos más que una herencia de la parábola de los talentos, que valora no lo que se ha recibido al principio, como en el mundo aristocrático, los dones y talentos naturales, sino lo que se hace con ellos: no la naturaleza, por tanto, sino la libertad y el esfuerzo. Trabajo y mérito.

Fue en la década de 1970 cuando surgió una nueva visión moral del mundo, ya no republicana, sino democrática y liberal, una ideología apoyada en las “nuevas ciencias de la educación”: ya no se trata ante todo de “instruir” a los niños, de educarlos, de hacerlos “diferentes” de lo que eran al principio. Por el contrario, hay que asegurarse de que se conviertan en ellos mismos, para desarrollar su personalidad y, en un ferviente ejercicio de la discriminación positiva muy antirrepublicana pero muy liberal, para trabajar en su “bienestar”, recomendando sobre todo no aspirar a la excelencia y nunca ser demasiado exigente con uno mismo.

Reconozco que, en medio de esta decadencia generalizada, nuestros republicanos se anotan muchos puntos en unas elecciones en las que se ofrece regalar más dinero público y nadie habla de cómo obtenerlo, se señala quién es más fífí, quien tiene el hijo que peor se comporta al beber alcohol y quien es más corrupto en una auténtica guerra de mierda. Una guerra en la que cuando se declaren vencedores eso no signifique que tengan razón.




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