15 de Marzo

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

La existencia del privilegio masculino parece ser aceptada desde la base hasta la cima del discurso público.

“En México, las mujeres trabajan gratis desde junio hasta fin de año” y “Para alcanzar la verdadera igualdad entre mujeres y hombres pasarán doscientos años”. Esto es parte de lo que se ha dicho y escrito la semana pasada, deplorando las asimetrías de ingresos entre los sexos. Sea como fuere, la existencia del privilegio masculino parece ser aceptada desde la base hasta la cima del discurso público. Razonando con tanta mala fe como algunas neofeministas, ¿podríamos llegar a la conclusión de que habitamos un matriarcado donde reina el privilegio femenino? Veamos.

En México, los hombres mueren en promedio seis años antes que las mujeres. Si la vida de las mujeres equivaliera a un año, los hombres estarían tres metros bajo tierra, pudriéndose, para el 2 de diciembre. En otras palabras: todos los años, a partir del 3 de diciembre, los hombres viven a crédito. ¿Están mejor los hombres cuando están vivos? No. Con total indiferencia, representan el 95% de las personas sin hogar. Los hombres deambulan por debajo de los puentes, contraen enfermedades, mueren olvidados. No es de extrañar, entonces, que llevados al límite por una sociedad que los desprecia, los hombres se suiciden cuatro veces más a menudo que las mujeres. Los que no se suicidan son regularmente víctimas de homicidio -cinco o seis veces más que las mujeres- sin que estos trágicos destinos parezcan conmover a nadie. El matriarcado impone su código de silencio. No olvidemos que los hombres representan el 94% de las víctimas de accidentes mortales en el trabajo, el 80% de las muertes en carretera y el 88% de las muertes traumáticas durante toda actividad.

Entre los sobrevivientes, hay razones para impacientarse aún más. Desde la infancia, los niños se quedan a medio camino en la escuela, con puntajes de lectura mucho más bajos que los de las niñas (las que si logran matricularse). La sociedad legitima sus fracasos y los abandona en el fiasco académico. Seguramente son hiperactivos, violentos… O cómo culpar a las víctimas. En el bachillerato, la tasa de éxito de los muchachos es 10 puntos inferior a la de las chicas (las que logran matricularse…). La brecha se amplía aún más en la educación superior. Al abandonar la escuela, los hombres se ven confinados a las tareas más ingratas, aparte de una minoría privilegiada, una excepción que al matriarcado le gusta presentar como la regla. Representan el 93% de los trabajadores de la construcción, el 99% de los fontaneros, el 95% de los camioneros, el 92% de los repartidores, el 94% de los taxistas, el 97% de los antimotines, el 73% de los policías, el 98% de los pescadores, el 87% de los operadores de grúas, el 89% de los recolectores de basura y el 100% de los limpiadores de ventanas de los rascacielos. Hombres, a menudo de origen modesto, mantienen en funcionamiento este país, sin el menor atisbo de reconocimiento público, en el que las neofeministas burguesas viven sin siquiera mirar.

Es comprensible, en estas condiciones, como ha explicado este gobierno hasta el aburrimiento, que los hombres recurran cuatro veces más que las mujeres al arma de la última oportunidad, a la munición de la desesperación: la criminalidad. Juzgadas por instituciones judiciales plagadas de sexismo sistémico, terminan siendo más del 90% de quienes están en prisión. Lo curioso es que, según el consenso político-mediático, no existe el matriarcado. Además, nada revela mejor el sexismo de nuestra sociedad que esta observación: mientras que casi todo el espectro político, influencers y empresas se declaran feministas, cualquiera que se atreva a defender a los hombres se volvería apestado social. El sistema invisibiliza a las personas y su sufrimiento.

La cereza en el pastel matriarcal: ¡la ociosidad femenina está subvencionada…por los hombres! Presentan 5 o 6 veces más patentes que las mujeres, lo que permite el crecimiento que los estudiantes de sociología dan por sentado. Crean un quinto más de riqueza que sus opresoras, financiando desproporcionadamente los servicios públicos, los servicios de salud y las transferencias sociales. Socialdemocracia: transferencia masiva de recursos de hombres a mujeres. Todo esto sin siquiera mencionar la institución matriarcal que es el matrimonio, la redistribución obligatoria del marido con los ingresos más altos (a menudo el hombre) al que tiene los ingresos más bajos (sí, a menudo la esposa). Y lo más destacado es que, dentro de un hogar, la mujer a veces utiliza la excusa de la maternidad condenando a su marido a satisfacer una parte cada vez mayor de las necesidades de la familia. Y dado que, como dijo Marx, el padre de la izquierda mexicana y zacatecana, la libertad comienza donde se detiene el trabajo determinado por la necesidad, las mujeres son más libres que los hombres. En México. En Zacatecas. En 2024. ¡Hombres, liberémonos de la heterosexualidad!




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