Perdiendo el tiempo

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

En los ancianos, los trastornos mentales son comunes, la depresión y el trastorno por ansiedad en particular.

“No vale la pena doctor, estoy perdiendo el tiempo”. Después de más de 20 años de práctica clínica de medicina interna, tratando adultos, ya no cuento las veces que un paciente anciano ha pronunciado estas palabras durante una primera consulta. Y aunque uno intente convencer a la persona que consulta de que tiene por el contrario toda la legitimidad para hablar de su sufrimiento mental y emocional y tener una escucha atenta, una valoración de su situación y una atención adaptada, prevalece en nuestra sociedad una banalización de los trastornos mentales entre las personas mayores de edad, incluso por parte de algunos prestadores de servicios de salud. Hay apreciaciones muy diferentes de la gravedad de una queja dependiendo de la edad de la persona. Lo vemos por ejemplo en los servicios de urgencias: la consideración que se le da por parte de los médicos a una situación de ideaciones suicidas no es la misma en una persona de 20 o 70 años. Sin embargo, en México, las personas mayores de 65 años representan uno de los grupos de edad de la población con mayor riesgo de muerte por suicidio.

En los ancianos, los trastornos mentales son comunes, la depresión y el trastorno por ansiedad en particular. Sin embargo, como señalan las publicaciones de diversas organizaciones y colegios médicos en el mundo, la depresión en esta población está “subdiagnosticada e insuficientemente tratada”, con importantes consecuencias en la calidad de vida de los pacientes, pero también en su salud: dolores de cabeza, dolores musculares, estreñimiento, palpitaciones, malestares genitourinarios, problemas de memoria, mala calidad del sueño… La lista de síntomas que pueden reflejar un estado de ansiedad o depresión es larga. Pero estas quejas banales a menudo se atribuyen a la edad y conducen a la prescripción de píldoras que se suman a las recetas ya bien surtidas de los mayores de 65 años.

Cuando se identifica el trastorno mental, también es la solución farmacológica que se prefiere. El uso de drogas psicotrópicas en primera línea sigue siendo frecuente, y pocos médicos tratantes remiten a sus pacientes ancianos a un psicólogo clínico. Sin embargo, las recomendaciones, las guías de tratamiento, colocan a las terapias cognitivo-conductuales (TCC) antes que los medicamentos para trastornos leves a moderados. Los médicos y los pacientes todavía asociamos con frecuencia y erróneamente la psicoterapia y el psicoanálisis cuando son dos enfoques básicamente diferentes. Me preocupo mucho de ver a los médicos jóvenes empezar su práctica sin saber qué es la TCC, y desde mi punto de vista y de los expertos, eso tiene que cambiar. 

Existe un monto creciente de literatura científica sobre enfoques no farmacológicos y ha demostrado que, en casos menos graves, la TCC y los enfoques basados en la meditación de atención plena, por ejemplo, pueden ser tan efectivos como los tratamientos farmacológicos. Estas intervenciones terapéuticas son particularmente relevantes para las personas mayores que, debido a su edad, son más sensibles a los efectos adversos de los psicofármacos y al riesgo de interacciones con sus otras medicinas.

Si bien es crucial mejorar la capacitación del personal sobre estos temas, también es importante que los pacientes se atrevan a cambiar su visión de su sufrimiento. A cuántos, de los que estaban preocupados por una caída en la moral de uno de sus seres queridos ancianos y sugirieron asesoramiento, se les respondió: “No estoy loco, ¿por qué iría a ver a un psiquiatra?” Para muchas personas mayores, necesitar un psiquiatra es un verdadero sentimiento de vergüenza. Este tipo de reacción también muestra que la persona no reconoce su sufrimiento como algo que puede requerir cuidados médicos. Las generaciones de quienes tienen ahora más de 60 años fueron criadas y han vivido con la idea de que “no tienes que escucharte a ti mismo”, que “tienes que lidiar con eso”, etc. Con frecuencia, los médicos vemos en la consulta lo difícil que es para ellos poner en palabras lo que sienten emocionalmente. 

Sin embargo, las últimas décadas de una vida a menudo están marcadas por una sucesión de pérdidas y luto. Además de la muerte del cónyuge o amigos, también debemos lidiar con el cuerpo que envejece y pierde gradualmente la funcionalidad. Es un período de vulnerabilidad significativa que debería conducir a una mayor vigilancia”. Pero a la sociedad le importa poco. Basta un ejemplo; al final de los confinamientos con los que trató de contener la pandemia de hace 3 años, contrariamente a lo que se hizo por los estudiantes, no se implementó nada para los ancianos, gravemente afectados por este período. La discriminación por edad ambiental también socava la protección de la salud mental de nuestros ancianos.




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