Otros cristales

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Desde principios de este año, en Estados Unidos, poco más de 300 mil trabajadores se han ido a huelga.

Obviamente, vistos desde México, patria en la que nos hemos ido acostumbrando a vivir en conflicto social, los movimientos huelguísticos en curso en los Estados Unidos no son algo que impresione. Desde principios de este año, poco más de 300 mil trabajadores se han ido a huelga. Una gota de agua en el mar de un país que tiene 136 millones de personas en puestos de trabajo. Por ahora no es una pesadilla. Aun así, habían pasado varias décadas desde que se había observado tal forúnculo por última vez.

Desde la huelga de guionistas y actores de Hollywood hasta personal de limpieza en hoteles o camareros en restaurantes o enfermeras, las demandas se multiplican. En las últimas semanas, bajo la presión de los sindicatos, los conductores de entrega de UPS y los pilotos de American Airlines han logrado aumentos salariales sustanciales a través del uso de medidas de protesta previstas en la ley. El 14 de septiembre expiran los contratos de los 150 mil empleados de Ford, General Motors y Stellantis. El sindicato United Auto Workers (UAW) acordó que el trabajo en las plantas de armado se detendrá si los tres fabricantes de automóviles no aceptaban la semana de 32 horas y un aumento salarial del 46% en cuatro años.

El escenario laboral norteamericano es diametralmente opuesto al de 1980. Entre la Segunda Guerra Mundial y la elección de Ronald Reagan, cada año, entre uno y 4 millones de estadounidenses recurrieron a las huelgas para hacer reivindicaciones contractuales. El punto de inflexión llegó en agosto de 1981, cuando el recién elegido presidente rompió la huelga de los controladores de tráfico aéreo al despedir a los huelguistas y reemplazarlos con soldados. El movimiento obrero estadounidense nunca se recuperó de aquel episodio. La tasa de sindicalización, que había alcanzado su punto máximo en 1954 con más de un tercio del total de los trabajadores estadounidenses afiliados a una organización, ha caído al 10%.

Como describen diversos estudios sociológicos, la legislación que crea condiciones laborales desfavorables se ha multiplicado. Las leyes de derecho al trabajo están vigentes en más de la mitad de los estados de los Estados Unidos. Prohíben los acuerdos sindicales con los empleadores y privan a las organizaciones sindicales del control de las cuotas pagadas por los empleados. Además, la ley de quiebras permite a una empresa reorganizarse y cancelar todos los acuerdos previamente negociados con los sindicatos. Por último, las empresas recurren cada vez más a las empresas especializadas para ayudarse a evitar el establecimiento de sindicatos.

Durante décadas, la opinión pública aceptó ese escenario. Este ya no es el caso hoy. Según una encuesta de Gallup, el 71% de los estadounidenses apoya el trabajo de las organizaciones laborales, algo no visto desde 1965. Mientras que la Junta de Relaciones Laborales del país constata un aumento dramático de peticiones en las empresas para poder tener un sindicato, el movimiento social registró en 2022 dos éxitos de alto perfil en Amazon y Starbucks.

Las razones de esta primavera social son múltiples. Las presiones inflacionarias alimentan las demandas. La escasez de mano de obra contribuye a invertir el equilibrio de poder entre empleadores y empleados. Pero el regreso de los sentimientos a favor de los sindicatos se alimenta sobre todo del desencanto de las clases medias frente a las crecientes desigualdades. Aunque el PIB per cápita en los Estados Unidos ha crecido mucho más rápido que en el resto del mundo occidental, el indicador oculta grandes disparidades. Mientras que los ingresos de la mitad inferior de la población se han estancado en los últimos cuarenta años, los de la cima de la pirámide se han disparado, algo que de manera análoga sucede en otras regiones microeconómicas, como la zacatecana.

Cada vez más investigadores correlacionan la creciente desigualdad con el declive de los sindicatos. Ya en la década pasada un estudio mostró que entre 1973 y 2007, mientras que la tasa de sindicalización cayó 26 puntos, la desigualdad salarial en el sector privado aumentó en un 40% y que existe un vínculo entre el declive sindical y el mantenimiento de los salarios bajos. Hasta la década de los 70 del siglo pasado la remuneración por hora aumentaba al mismo ritmo que la productividad. Ese parámetro ya no aplica. Se estima que el salario medio por hora es hoy 45% inferior al que habría sido si se hubiera mantenido el vínculo con la productividad.

Al mismo tiempo, el panorama es sombrío para la clase media. Además del estancamiento de los ingresos, destaca el deterioro del acceso a la vivienda, la educación y la salud, y el uso generalizado de la deuda para llegar a fin de mes. El 40% de la generación nacida en la década de 1980 no puede esperar haber acumulado suficientes ahorros para asegurar su jubilación. Nunca la proporción había sido tan alta para los nacidos entre 1930 y 1980.

Los movimientos sociales vistos en nuestra tierra, hoy tan atribulada, deben verse también a través de otros cristales.




Más noticias

antonio sanchez gonzalez
antonio sanchez gonzalez
antonio sanchez gonzalez
antonio sanchez gonzalez
antonio sanchez gonzalez

Contenido Patrocinado