Mujeres, vida, Libertad

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Al igual que Saint-Exupéry, que cuestiona la supervivencia de las costumbres, la permanencia de acentos vocales insustituibles y la memoria de luces espirituales, las mujeres iraníes que se rebelan contra el régimen teocrático de los mulás.

“No me importa si me matan en la guerra. De lo que amaba, ¿qué quedará?” Esta pregunta planteada alguna vez por Antoine de Saint-Exupéry resuena en los corazones de las mujeres iraníes desde el asesinato de Mahsa Amini hace casi un mes. A todas ellas no les importa ser arrestadas, o peor aún. La duda manifiesta en sus ojos es preguntar: de lo que aman, ¿qué quedará?

Al igual que Saint-Exupéry, que cuestiona la supervivencia de las costumbres, la permanencia de acentos vocales insustituibles y la memoria de luces espirituales, las mujeres iraníes que se rebelan contra el régimen teocrático de los mulás están tratando de preservar los vestigios de una civilización casi completamente tragada por los religiosos fanáticos. Este movimiento tiene como objetivo combinar la conciencia islámica con la conciencia moderna. También encontramos los cimientos de esta civilización perdida en el lema que cantan valientemente en las calles: “Mujeres, vida, libertad”. Estas tres palabras por sí solas resumen el cuestionamiento principal que ha perseguido a un gran número de intelectuales a través del tiempo, a saber, la brecha entre las sociedades religiosas y la evolución del mundo.

El teólogo Nasr Hamid Abu Zayd, Adonis el poeta, el filósofo Hassan Hanafi o los pensadores del Renacimiento han tratado de analizar esta distorsión entre los arcaísmos persistentes y la marcha del mundo hacia más libertades individuales. Tal reflexión es fundamental para entender, más allá de las interpretaciones de los textos religiosos, cuáles son los diques que han congelado por momentos a la mayoría de las sociedades en modelos groseramente retrógrados a través de la historia.

Sin embargo, me parece reductivo hacer estas disquisiciones hoy en día enfrentando al Islam y la modernidad de manera pavloviana, como si fueran dos bloques perfectamente definidos. Al simplificar hasta lo primitivo estas dos entidades estamos en el camino equivocado y no entendemos en toda su extensión la revuelta de las mujeres iraníes, que se lleva a cabo con muchos hombres a su lado. Al querer mirar lo que está sucediendo en Irán con nuestros ojos occidentales, ocultamos la especificidad de esta lucha por la libertad.

Si las mujeres iraníes, cantando “Mujeres, vida, libertad”, aspiran a un valor poderosamente universal que es la libertad de decidir por sí mismas, este valor no resuena de la misma manera en la psique de los pueblos musulmanes y en la de los occidentales. La diferencia radica en la relación con lo sagrado y el misterio. En nuestras sociedades occidentales cada vez más desconsagradas, lo invisible ya no está en el olor de santidad. A menudo burlado, caricaturizado y cursi, lo sagrado es expulsado de nuestras vidas para que el llamado hombre moderno, privado de trascendencia, se encuentre sin la posibilidad de presenciar el surgimiento de lo sacro. Este hombre incorpóreo y desarraigado, castigado por su necesidad de espiritualidad, se encuentra al final desnudo. No es algo nuevo, hace más de 100 años Paul Valéry escribe: “Los hombres antiguos pusieron su filosofía para poblar el universo tan ardientemente como luego pusimos la nuestra para vaciarlo de toda vida.”

La pregunta entonces es si somos realmente libres. Creo que sería totalmente indecente afirmar lo contrario en vista de la situación de tantos pueblos que simplemente luchan por el derecho a hacer esta pregunta. Sí, somos libres. A partir de ahí, se trata de lo que hacemos con esa libertad. Somos libres de avanzar, pero no sabemos qué camino tomar. Somos libres de pensar, pero ya no sabemos hasta dónde hacerlo porque tenemos mucho miedo de ir más allá del marco autorizado. Somos libres de amar, pero ¿sabemos al menos, por lo que hemos amado, lo que quedará?

Las mujeres iraníes tienen la respuesta a estas preguntas. Porque son parte de esos pueblos que no han dado la espalda a lo sagrado. Porque encarnan aquellas conciencias que saben que la grandeza de una civilización no reside en la libertad absoluta, sino que reside en el fervor con el que lo sagrado habita en el corazón y en la mente. Porque han entendido que la ausencia de valores trascendentes conduce a la decadencia. Porque no se perciben a sí mismas como un objeto sujeto sólo al deseo del hombre. Porque tienen la profunda convicción de que el cosmos no es sólo un todo medible. Porque tienen las armas para superar la fugacidad de las cosas. Porque rechazan una visión puramente técnica del mundo. Porque saben cómo construir un Arca de Noé que les permitirá escapar de un mundo profanado. Por todas estas razones y mucho más, estas mujeres nos están dando una lección de libertad.

Una lección sagrada de libertad.




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