La Ciencia de la Felicidad

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Para reclamar el fastuoso título de “ciencia”, una disciplina debería al menos ser capaz de definir su objeto de estudio de manera rigurosa.

Llega el final de las vacaciones, una época que para muchos habrá sido el tiempo en la que habremos buscado momentos de alegría con la familia que no siempre hemos tenido maneras de permitirnos durante el año. Pero ¿podemos hablar de “felicidad”? Después de la ya larga lista de falsas ciencias -la ciencia de la historia, la ciencia política, la educación, etc.-, algunos psicólogos pretenden que existe una “ciencia de la felicidad” que permitiría elucubrar sobre esto.

Me parece que un poco de sentido común debería ser suficiente para entender que ello es un espejismo, siendo la felicidad algo tan subjetivo y su existencia tan frágil que no es posible una definición científica, aunque tengo mis dudas, porque los cada vez más abundantes mercaderes de la felicidad afirman poseer “verdades verdaderas”, certificadas por fórmulas como: “la investigación nos enseña que…”, “los investigadores han demostrado que…”, “los estudios demuestran que…”, frases repetidas hasta el infinito en los tratados sobre la felicidad en quince lecciones, como si bastara con mencionar “investigación” sin citar nunca la más mínima fuente para impresionar al lector o al escucha.

Es en este espíritu que uno de los más eminentes psiquiatras contemporáneos, Christophe André, en un ya no tan reciente artículo titulado “¿Una ciencia de la felicidad? (en Cerveau et Psycho, mayo de 2013), asegura que “la ciencia contemporánea ha hecho de la felicidad un fecundo objeto de estudio. De hecho, nunca la felicidad ha sido tan conocida en cada uno de sus elementos, y nunca ha estado tan bien señalado el camino hacia ella”. Desafortunadamente, el resto del artículo es desconcertante -cuando menos para mi-, por decir lo menos, ya que su definición de felicidad rápidamente parece tan vaga como rebuscada.

Juzguemos por nosotros mismos: “La mayoría de los científicos -prosigue nuestro doctor, sin mencionar nunca un nombre ni especificar qué ciencia podría ser-, estudiando lo que constituye la percepción de tener una vida feliz, muestran que este sentimiento corresponde a la repetición de pequeños estados de ánimo agradables; nos sentimos felices cuando experimentamos regularmente esas “pequeñas” alegrías queridas por los poetas, en lugar de grandes, pero raros, momentos de intensa alegría: un momento pasado con un ser querido, un paseo por un lugar hermoso, una lectura estimulante, una música que conmueve. Detienes tu actividad por un momento, la disfrutas y te sientes feliz…” 

Como diría el mismísimo Perogrullo, ¡esa es al menos una definición de felicidad feliz! Básicamente, somos felices cuando somos felices, cuando la vida es agradable, cuando nos ofrece buenos momentos, pero cuidado, cuando se vuelve demasiado intenso o más trabajoso o difícil, bueno, inevitablemente, no va tan bien. ¡Pues, si!

El problema es que, para reclamar el fastuoso título de “ciencia”, una disciplina debería al menos ser capaz de definir su objeto de estudio de manera rigurosa. La felicidad, al contrario de lo que sugieren nuestros nuevos guías espirituales, no debe confundirse con el placer, que siempre es efímero, ni siquiera con una sucesión de pequeños momentos de alegría que son esencialmente perecederos y frágiles. Desde la antigüedad, su definición ha implicado la idea de una satisfacción que es a la vez global y duradera, incluso, como decía Spinoza, una “eternidad de alegría”, por lo que la promesa de la verdadera felicidad tiene poco significado excepto desde una perspectiva religiosa.

Como dijo Rousseau con lucidez inalcanzable a nuestros chamanes modernos: “La felicidad es un estado permanente que no parece estar hecho para el hombre aquí abajo. Todo en la tierra está en un flujo continuo que no permite que nada tome una forma constante”. No podría decirse mejor y cualquier individuo que piense un poco comprenderá que, si podemos experimentar placeres y momentos de alegría en nuestra vida, incluso períodos de serenidad, la felicidad es, como dijo Kant, solo una “idea“, un “ideal de la imaginación”, no una realidad accesible aquí abajo, y menos aún un objeto de ciencia.

Tan fácil como es definir la infelicidad, es igualmente claro que, para nosotros los mortales, nada puede ser estable o duradero aquí en la tierra, por lo que nuestras alegrías son necesariamente efímeras y frágiles. Así que, permanezcamos vigilantes ante las promesas milagrosas, tengamos en cuenta que las fantasías nos hacen infelices y que solo la lucidez es condición para la alegría.




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