Hipócrates y el fin de la vida

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Todos los días, los médicos nos encontramos con personas enfermas que expresan alternativamente su cansancio y su furioso deseo de vivir.

¿Cómo podemos avanzar en sociedad pensando en el final de la vida de cada individuo sin dar la impresión de que cada vida se tocará al son de una partitura escrita de antemano? Así, ¿es inevitable una ley sobre eutanasia o suicidio asistido? ¿Cómo preservar en el texto de una ley los matices, los elementos de complejidad que pasan por la mente de quien sabe que su vida puede estar llegando a su fin?

Nuestra sociedad está como nunca, enfrentada a la presencia cotidiana de la muerte. Pero, también nuestra sociedad está desgarrada por este grave tema que pone de relieve la relación de todos con la enfermedad y la muerte. La mejora de las condiciones de vida de nuestros contemporáneos y el progreso de la ciencia son buenas noticias, pero paradójicamente hacen que la pregunta sea aún más compleja: entre la vida y la muerte, ahora existe este tiempo incierto llamado “fin de la vida”. ¿Quién podría decir que sus límites están perfectamente claros con esta perspectiva?

Los últimos momentos conciernen obviamente a quienes los cruzan, pero también a los cuidadores: médicos y enfermeras. Es sobre ellos que recae parte de la responsabilidad de la decisión de quienes eligen terminar con sus días de manera deliberada bajo las condiciones establecidas por las leyes que enmarcan el derecho a la eutanasia en las sociedades que así lo han previsto. Este peso es evidente. Y lo dicen, pidiendo a la sociedad, es decir, a cada uno de nosotros, que no los agobiemos más con esta perspectiva de ser los brazos seculares de una “asistencia activa para morir”.

Todos los días, de hecho, los médicos nos encontramos con personas enfermas que expresan alternativamente su cansancio y su furioso deseo de vivir. Saben que las palabras pueden ocultar otro mensaje: el miedo legítimo al dolor. Saben que, la mayoría de las veces no es la asistencia para morir lo que piden los pacientes, sino la asistencia para vivir mejor. Esto es lo que los profesionales de la salud que han escrito sobre el tema resumen en una hermosa palabra: cuidado. El desarrollo de los cuidados paliativos es una respuesta a esta llamada de los enfermos: cuidarlos hasta el final. Ante estos hechos, la discusión de un pretendido marco legal para ayudar a bien morir a quien lo solicite se enfrenta a este riesgo de dar una respuesta simplista a pacientes en cuidados complejos, donde las peticiones de muerte y las peticiones de vida están íntimamente mezcladas y que cada ley sobre la eutanasia tiene efectos en toda la cadena de atención y en la forma en que apoyamos a los pacientes: hoy en día, podemos escuchar a las personas pidiendo morir y esta palabra nos lleva a repensar su cuidado: si mañana tenemos que decirles que es posible, todo nuestro enfoque de la atención cambiará.

Hoy en día, en sociedades avanzadas -como sucede en Francia desde 2006 con la ley Claeys-Leonetti- el marco legal ayuda a los médicos a tomar medidas suaves cuando el paciente se sumerge en esta zona incierta donde la vida se va disolviendo y la muerte aún no es una sentencia, aunque si una perspectiva cercana.

Los médicos sabemos que una nueva ley que allane el camino para lo que debe llamarse eutanasia no es cosa menor porque alteraría seriamente la profesión y su nobleza: no la elegimos para eso. Para el paciente, una ley así es un recurso frente al tormento. Mañana, ¿una amenaza? Durante veinticinco siglos que el juramento hipocrático ha guiado la conciencia de los hombres; los cuidadores han estado del lado de la vida para protegerla y para acompañar y suavizar la dureza de los últimos momentos, y no en el otro bando, en el de quienes tienen a la muerte para dar.




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