El Neoliberalismo y su fin

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

El Estado debe ponerse al servicio del funcionamiento óptimo de los mecanismos de mercado.

¿Y si verdaderamente es este el momento del final del pensamiento neoliberal? Las cifras de la gestión de la pandemia de coronavirus en 2020 en los países del mundo occidental en los que el neoliberalismo se impuso como política de estado en el último medio siglo son una dolorosa demostración de ello. Su imagen viva es la de los hospitales rebasados en medio mundo. El choque que significó el Covid-19 generó cifras de inflación no vistas en décadas, sacudió los mercados financieros y requirió rescates masivos de los gobiernos para paliar males mayores. En el extremo, el pretendido manejo de las secuelas económicas de la  epidemia con medidas apegadas al librito del neoliberalismo -reducción del gasto público, reducción de los ingresos del Estado, reducción de la tasa fiscal a las sociedades, a los más ricos y a los propietarios de la tierra, menores contribuciones a la seguridad social- acabaron en menos de mes y medio con el gobierno británico de Liz Truss que acabó personificando la impopularidad del gabinete de su predecesor inmediato. La epidemia desnudó a muchos en medio mundo.

Experimentada en Europa durante la reestructuración de la Alemania de posguerra, la llamada forma de pensar neoliberal se extendió a lo largo de la segunda mitad del siglo XX. A partir del shock petrolero de la década de 1970 que marcó el inicio una ola inflacionaria, la desindustrialización de los países desarrollados y la pulverización del crecimiento económico acelerado que vio el mundo hasta 1968, los economistas fueron llamados al rescate. A diferencia de los pensadores liberales, los neoliberales han teorizado acerca de los marcos legales y formales dentro de los cuales deberían operar los mercados y cambiaron profundamente la forma en que vemos a estos. En otras palabras, el neoliberalismo debe facilitar el comercio y liberar el mercado, al tiempo que privilegia la interacción entre individuos con habilidades específicas: en síntesis, el Estado debe ponerse al servicio del funcionamiento óptimo de los mecanismos de mercado.

Durante sus años de auge, el neoliberalismo no enfrentó una grave escasez estructural. No fue sino hasta 2008 en que ocurrió la crisis subprime cuando, para salvar el sistema monetario después de la quiebra de varias instituciones financieras, los bancos centrales se vieron obligados a intervenir masivamente para salvarlas y para recuperar el control de las tasas de interés que se desbocaron como casi nunca en la historia. Tal intervención fue exactamente lo contrario de los objetivos del pensamiento neoliberal.

Durante sus años de auge, el neoliberalismo nunca enfrentó una grave escasez estructural. Pero llegó el 2020 y la crisis del Covid-19 puso en tela de juicio este modelo y la intervención estatal a gran escala en la economía, incluso en la de los Estados Unidos, ha evidenciado sus límites. Y, previsiblemente, inevitablemente estas crisis están destinadas a volver a ocurrir, especialmente en la forma de escasez de energía. El problema es que el vacío reflexivo que deja el neoliberalismo no deja espacio para un nuevo modelo ya diseñado en este momento. El fin del proyecto, que consiste en convertir al Estado en el árbitro imparcial de un sistema regulatorio autónomo sujeto a mercados competidores, abre el camino a un proyecto diferente en el que, posiblemente y según piensan muchos, el propio Estado tendrá que dirigir sectores enteros de la economía, algo que las generaciones que vivimos hoy nunca hemos visto y que es incompatible con el esquema social basado en el respeto a las libertades individuales en la manera en que lo reconocemos en las últimas 6 décadas.

En una sociedad donde la escasez está destinada a reproducirse y multiplicarse, el Estado no puede presentarse resignadamente como un mero árbitro ante la ausencia de un esquema alternativo. Es materialmente imposible prescindir del mercado como prescindir del Estado. Convocando al antropólogo anarquista David Graeber y al jurista Alain Supiot puede advertirse el potencial advenimiento de un sistema económico neofeudal, consecuencia del debilitamiento del estado de derecho: las libertades individuales ya no estarían garantizadas y en este contexto todos estaríamos obligados a ser leales a un superior, jerárquico o estatal. Parece, efectivamente, el momento para hacer una reflexión global sobre nuestro sistema económico y para responder a la emergencia que significa la suma de la urgencia climática, la escasez de nuestros recursos naturales y la escasez de energía que el Covid-19 hizo evidentes con cada oleada con las que azotó al mundo. No obstante, ya advertidos, debemos estar alertas acerca de que la inevitable restauración del respeto a la voluntad democrática, condición sine qua non en este momento, no debe llevar a cuestionar las libertades individuales: estos dos elementos son los que pueden garantizar un tránsito menos violento de los tiempos por venir.




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