El campismo y la razón

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

Se le llama “campismo”, a esta forma de agruparse inmediatamente en un bando sin tener en cuenta la singularidad de un acontecimiento.

La guerra arrasa todo a su paso y la que existe entre Hamás e Israel no contradice esta máxima trágica que pervive milenios. Pero este conflicto, que está movilizando a la comunidad internacional, ya ha causado daños colaterales. Esta guerra está fracturando una parte del campo de las ciencias sociales y la filosofía, tal vez de manera irreversible. Es más, a partir del 7 de octubre dos corrientes se formaron rápidamente. Por un lado, los manifestantes de la causa palestina son acusados de “antisemitismo”; y, por el otro, de “fascismo” a los partidarios de la guerra de Israel. Hasta el punto de que podríamos hablar de “campismo”, esta forma de agruparse inmediatamente en un bando sin tener en cuenta la singularidad de un acontecimiento. Es la enfermedad del pensamiento.

Un campismo de derecha condensado en la famosa fórmula del oficial naval estadounidense Stephen Decatur, “mi país, bien o mal”, una máxima de alineamiento con una política patriótica ya sea pacífica o guerrera, justa o mortífera, en cuyo fondo está una primitiva manifestación de nacionalismo -que no de patriotismo-. Para la derecha identitaria la defensa incondicional del gobierno israelí ha tomado la forma de una reacción occidentalista: Israel es la vanguardia de Occidente en un Oriente musulmán.

Al otro lado, el campismo de izquierda es un legado de la Guerra Fría. Es un reflejo político que demoniza a un solo enemigo, la mayoría de las veces el imperio estadounidense, y conduce a la incapacidad de imaginar otras formas de imperialismo, especialmente el ruso, como durante el estallido de la guerra en Ucrania. Este campismo sigue permeando ciertas franjas del anticapitalismo. Una especie de software marxista antiimperialista y estatista -obsoleto- que valida la rabia política y criminal, y valida, incluso glorifica, el asesinato. Una lógica según la cual “los enemigos de mis enemigos son mis amigos” que transforma los abusos contra los civiles en actos de resistencia, los crímenes de guerra en luchas de liberación y a Hamás en un movimiento progresista.

El campismo es una polarización que muchas veces nos impide pasar del reflejo a la reflexión.

La disputa intelectual es, ante todo, sobre la asimetría compasiva. Eruditos y políticos culpan a algunos de sus colegas, especialmente a sus “adversarios”, por no mostrar suficiente compasión por las víctimas judías asesinadas, o por mostrar solidaridad con los rehenes por indignación selectiva, en medio de la compulsividad de las redes sociales que acentúa la polarización desenfrenada. La asimetría de la compasión no solo afecta a las víctimas en Israel. Este doble rasero contra los palestinos es constantemente criticado en las galerías universitarias y en las salas de conferencias. Del lado israelí, se dice que las víctimas y los rehenes tienen rostros y retratos, cuyos carteles han sido arrancados en ocasiones; en el lado palestino, a menudo se reducirían a números que parecen acumularse inexorablemente.

“Es necesario resistir la asimetría compasiva, pero la simetría de la compasión no equivale a la simetría de las posiciones”, ha dicho Rony Brauman, ex presidente de Médicos Sin Fronteras. “Entiendo la angustia existencial de los judíos de Israel, y los pogromos del 7 de octubre son un horror absoluto. Sin embargo, no son unos pocos miles de combatientes fanáticos los que amenazan a Israel, sino sus políticas extremistas. Porque lo que estamos presenciando es una guerra colonial”.

Este campismo no solamente tiene expresiones globales sino también nacionales y regionales. Por ejemplo, hoy cuando un político mexicano que no entiende bien a su adversario quiere insultarlo o descalificarlo se refiere a él como “neoliberal” y “conservador”. A la inversa, aplican fórmulas análogas. La receta traducida en violencia verbal aplica también contra pensadores y periodistas, muchos de los cuales admiten que practican la autocensura para protegerse como respuesta a los obstáculos a la expresión del pensamiento académico libre.

Estas divisiones también han afectado la discusión en otros ámbitos, como el feminismo, la salud, la educación y un largo etcétera en cada uno de los cuales urge volvamos a echar mano del “coraje de la verdad” al que se refirió Michel Foucault en su último curso en el Collège de France: “Decir la verdad requiere la valentía del que habla, porque se expone a riesgos, y también la de su interlocutor que acepta recibir lo que pueda herirle. Esta es una condición de la vida democrática”.

A pesar de las divisiones, del origen que sea y que amenazan con fracturar permanentemente a la comunidad académica, la fuerza de la razón y la intelectualidad pueden llegar a prevalecer. Porque a menudo está en el centro del acontecimiento que las sociedades necesitan el poder del pensamiento para orientarse.




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