Educación e instrucción

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

La oposición entre la educación nacional y la educación pública debe ponerse hoy en perspectiva en la medida en que nuestro sistema escolar no puede de ninguna manera ignorar lo que contienen los que se han conocido como cursos de “educación cívica”.

Esta semana ha sido la vuelta a la escuela, y escuchando las declaraciones de la nueva secretaria de educación acerca del “bienestar” en la escuela, indudablemente que el debate sobre lo que contienen sus dichos, que hacen coro a la voz del presidente, vuelve a ser de actualidad. 

Si a uno le gustan las disquisiciones agudas, es el momento de recordar esta deliberación de Víctor Hugo en 1872 que pienso debe citarse en su totalidad: “En cuanto a mí, veo claramente dos hechos distintos, la educación y la instrucción. La educación es dada por la familia; la instrucción es impartida por el Estado. El niño quiere ser criado por la familia e instruido por la patria. El padre le da al niño su fe o filosofía; el Estado da al niño una instrucción positiva. De ahí la evidencia de que la educación puede ser religiosa y que la instrucción debe ser secular. El campo de la educación es la conciencia; el campo de la instrucción es la ciencia. Más tarde, en el hombre hecho, estas dos inteligencias se complementan entre sí”.

Los simpatizantes de esta oposición entre educación e instrucción, generalmente más “republicanos” que “pedagogos”, también citan a Condorcet y sus célèbres Mémoires sur l’instruction publique (1791), que, mucho antes de Hugo, ya insistían en que “la educación pública debe limitarse a la instrucción”. En este momento uno estaría tentado a afirmar lo mismo, pero, como nos recuerda uno de los mejores historiadores de la educación, Alain Boissinot, repasar este ya muy antiguo debate debería llevarnos a más matices.

De hecho, tendemos a olvidar el contexto en el que Condorcet y Hugo con un siglo de diferencia, hacen la famosa distinción: para ambos sirve para oponerse a los objetivos totalitarios (en ese momento, denominados “espartanos”, pensando en la educación militar que reinaba en la ciudad griega) de los revolucionarios franceses que, como Saint-Étienne, pretendieron que el Estado de la Francia posrevolucionaria educara a los niños para sacarlos de la autoridad, no tanto de sus padres (en referencia a las figuras paternas), como dice Hugo, sino de las madres, de quienes se sospechaba que todavía están bajo la influencia de sacerdotes.

En verdad, como antes ha dicho Vasconcelos, la oposición entre la educación nacional y la educación pública debe ponerse hoy en perspectiva en la medida en que nuestro sistema escolar no puede de ninguna manera ignorar lo que contienen los que se han conocido como cursos de “educación cívica” (y no “educación pública”), lecciones que a nadie se le ocurriría eliminar de los planes de estudio. Nuestros textos oficiales también han dicho en algún momento, para justificar estos cursos, que “la escuela ya no puede contentarse con transmitir conocimientos abandonando a las familias las cuestiones de la educación. Ella tiene que co-educar con ellos”.

Por otra parte, los responsables de la política educativa de hoy, y que se refieren voluntariamente a Hugo y Condorcet sin citarlos, para defender con uñas y dientes la famosa distinción que históricamente ha servido para reprochan a los pedagogos, como ahora a los “conservadores” (lo que quiera que eso signifique hoy) que, bajo el disfraz de “educación pública”, la realidad no cesa de impartir lecciones de moral patriótica en cursos de historia llenos de anécdotas edificantes, no sin humor e incluso bobaliconas, desde elementos que pueden considerarse propios de la actual burguesía, como los cálculos de los tipos de interés que permiten edificar una moral del ahorro, hasta la biografía del presidente contada con historietas como si se tratara de una parte de las vidas de los héroes que nos dieron patria.

Sin embargo, ¿hoy es obsoleta la distinción entre educación e instrucción? No lo creo, y el texto de Hugo me parece más actual que nunca una vez expuestos los matices acabados de mencionar. Porque plantea una cuestión candente en el contexto actual, la del papel de los docentes ante el auge de un individualismo democrático, por no decir narcisista, ahora atribuido al perfil del buen “liberal” (lo que quiera que eso signifique) que ha deconstruido en gran medida los valores y autoridades tradicionales, ya sean el civismo o el respeto a las leyes tanto como la gramática, ortografía y el buen castellano. Cuando la educación no está suficientemente impartida a los niños dentro de las familias, la misión de instrucción que recae en los maestros se convierte en misión imposible, en la que su papel no me parece que sea, una vez tenida en cuenta la distinción hugoliana, suficiente para compensar las deficiencias de los padres que, al no asumir ya el suyo como educadores, confían a la Escuela, con demasiada facilidad la tarea de reemplazarlos.

En este contexto parecería como si el fin de la escuela fuera domesticar y no enseñar.

  • Médico



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