¿Dónde estabas tú, cuando…?

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

La complejidad de los problemas y la culpa de otros en su génesis se han convertido en las coartadas de la inacción.

¿Restaurar el orden, corregir la inseguridad pública, generar desarrollo económico? Como dijo uno de nuestros políticos, «el problema no es sencillo, de hecho, tan complejo que es difícil ver una solución rápida… y, aparte, ¿dónde estabas tú cuando empezó todo eso que se echó a perder?». Todos los días y desde hace años, la complejidad y la culpa del otro son pretextos que lo excusan todo, empezando por la inmovilidad.

Sin malentendidos, no se trata de negar la existencia de problemas complejos, sino de cuestionar la tendencia a convertirlos en la interpretación exclusiva de la realidad, el alfa y omega de nuestra relación con el mundo, de las relaciones interpersonales y de la interacción entre autoridades y gobernantes, como si la inteligencia, precisamente, no consistiera en hacer inteligible la complejidad rompiéndola en elementos simples.

La complejidad de los problemas y la culpa de otros en su génesis se han convertido en las coartadas de la inacción: hay tantos parámetros en juego, tantos datos entrelazados, tantos intereses de tantos grupos y tantos generadores de problemas actuales que han sido heredados que ninguna medida simple parece posible.

Para ejemplificar el tema, citaré una anécdota experimentada recientemente por uno de mis colegas durante una reunión de trabajo con un funcionario público de primer nivel. Convocados por él acudimos a su oficina para identificar los problemas que de forma inmediata afectan al desempeño económico de la región en que vivimos. Mi colega tocó el tema de la inseguridad que significa para el transporte de mercancías el transitar por una de las autopistas del estado en la que no hay cobertura celular en un tramo de unos 150 kilómetros. La respuesta inmediata del funcionario fue en dos sentidos: el problema lo heredamos, es muy complejo porque no es del interés de los entes privados que dan el servicio y, usted ¿dónde estaba hace 3 años cuando tampoco había cobertura celular en ese tramo de carretera? Ante argumentos así, cualquier discusión en búsqueda de soluciones queda boicoteada.

Me viene a la cabeza el caso de estos intelectuales que ya no pueden dar una conferencia en las universidades, boicoteados como están por los partidarios de esta misma cultura de cancelación. Como consecuencia de este escenario ahora es difícil, sino imposible hablar de temas que deben discutirse en los espacios públicos, como los derechos de las mujeres, los excesos de las feministas, el aborto, la corrupción de los funcionarios públicos y la larga lista de temas que a cada quien se nos venga a la cabeza porque ahora no falta quién, con estos mismos argumentos, de un paso adelante para silenciar cualquier intento de conversación pública, ciudadana y republicana, que nos lleve a conocer, apreciar y resolver las opiniones del otro.

Y si nos fijamos notaremos cómo esta ideología de la complejidad y de la culpa del otro está rodeada de un vocabulario tan pomposo como inútil, una verborrea pretenciosa cuyo único propósito es impresionar al lector inocente o al interlocutor aventurado. Lo real se describe entonces como “líquido”, “gaseoso”, “sistémico”, “en red”, en resumen, como un “desorden ontológico“, un “rompecabezas” impregnado de “caos determinista“, “retroalimentaciones” y “efectos del neoliberalismo”, de modo que solo un enfoque “holístico” y “transdisciplinario” podría permitir identificar una pequeña parte del problema que trate de resolverse con una conversación.

Es común, además, que cada una de las respuestas a las preguntas que se plantean en los espacios públicos, como los legislativos, empiecen con un “ah… Es más complicado”, pronunciado con el aire triste del genio que tiene que lidiar con el imbécil simplismo de sus interlocutores. Cualquiera que intente, como querían los enciclopedistas en la época de la Ilustración en cuyas cabezas se gestó el sistema político que nos rige, hacer que el público en general entienda ideas difíciles explicándolas, o incluso simplificándolas sin distorsionarlas, es acusado de simplismo, o peor aún, atacado con la fórmula en que se cuestiona la presencia de una persona en el pasado político mediato, con el agravante de que con mucha frecuencia interlocutor e interpelado estaban, en aquellos entonces, en el mismo sitio.

Seamos claros: al final, es la democracia la que está en peligro por la ideología de la complejidad y del otro culpable, cualquier pensamiento, incluso el más mínimo, tropieza al inicio de cualquier discusión, entendida esta en el término amplio. Este culto a la complejidad ha terminado volviéndose absurdo, alcanzando alturas en el ridículo a fuerza de querer deconstruir cualquier forma de racionalidad, en nombre de la idea de que “yo soy otro” y esto es producto de una herencia que recibí.




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