De un chivo expiatorio

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

El etnólogo británico James Frazer escribió hace un siglo, “la idea de que uno puede transferir sus sentimientos de sufrimiento o culpa a otro ser que los llevará en su lugar es una noción familiar para la mente del salvaje”, lo que implica que sería ajena a la mente moderna.

¿Quién es un chivo expiatorio? Es el inocente que paga por los demás. La cabra en la Biblia. Edipo en Sófocles. Burro en la fábula. Cristiano en el Imperio Romano. Los leprosos en la Edad Media. Bruja en los siglos 16 y 17. Homosexual, judío, gitano para los nazis. Comunista en Norteamérica del macartismo. Intelectual durante la Revolución Cultural de Mao. Copto en Egipto. Musulmán en la India. Los fifís hoy aquí. Cualquiera puede serlo. No es la exclusividad de una religión, de una ideología, de un partido. Es la naturaleza humana la que nos lo resuena.

El etnólogo británico James Frazer escribió hace un siglo, “la idea de que uno puede transferir sus sentimientos de sufrimiento o culpa a otro ser que los llevará en su lugar es una noción familiar para la mente del salvaje“, lo que implica que sería ajena a la mente moderna. Esto fue unos años antes de que ocurriera la mayor persecución de chivos expiatorios de la historia. La mente moderna ha borrado el ritual, pero no la verdad que hay detrás, del mecanismo por el cual un grupo socavado por la violencia mimética de todos contra todos busca reunirse en la persecución de una minoría designada -casi siempre- arbitrariamente como responsable de la desgracia colectiva. Desde tiempos inmemoriales, ha habido jaurías listas para abalanzarse sobre el chivo expiatorio. Abundan a nuestro alrededor.

El conservador es el chivo expiatorio del “liberal” o del progresista, la élite el del pueblo, el pueblo el de la élite, el gringo del mexicano, el ilegal el del americano. El “hombre blanco” es el del indigenista, el político es el chivo expiatorio de todos los demás. Cada circunstancia crea el propio. El culpable es el otro, el que, de repente, ya no es considerado como prójimo, el que dejó una herencia maldita. Tal vez no hizo nada, pero necesitamos que este culpable sea arrojado a la violencia o al miedo que hay dentro de nosotros.

Jesucristo nos enseñó que el chivo expiatorio es inocente. Pero esta verdad sólo es buena para los demás: sus chivos expiatorios son inocentes, los nuestros son necesariamente culpables. La mente humana siempre encuentra la manera de llegar a un acuerdo con la verdad cuando le conviene; el romano en tiempos de Nerón realmente creyó que los cristianos quemaron Roma; el hombre de la Edad Media, que el responsable de la Peste Negra es el judío o el leproso. Esterhazy es culpable, pero Dreyfus, un judío, no puede ser inocente.

Lo que hace al verdadero culpable es lo que ha hecho, no lo que es. Pero la lógica del chivo expiatorio es la del lobo que le dice al cordero: ” Si no eres tú, entonces es tu hermano, así que es uno de los tuyos”. Cuando muchas personas sufren, un grito domina a todos los demás: “¡Todos son iguales! A la menor oportunidad, la jauría se abalanza sobre el chivo expiatorio político, culpable o no. Siempre termina mal para todos, para la democracia y la libertad, y los que agitan esta jauría juegan con fuego.

Hay chivos expiatorios que, con milenios de persecución a sus espaldas, impregnan profundamente el inconsciente colectivo; así, la tragedia del conflicto palestino-israelí enfrenta a judíos y musulmanes de todo el mundo entre sí, víctimas sacrificiales unos de otros, desconocidos todos. Cristianos, judíos, musulmanes o los condenados de la tierra, según el lugar… Vivimos, en un momento peligroso, el retorno de todos los reprimidos de la historia, de las civilizaciones, las religiones, las luchas de clases, las luchas de los pueblos, las luchas de las razas con su séquito de chivos expiatorios.

El chivo expiatorio se hace cuando no designamos y no castigamos al criminal, al violador, al matón, al saqueador, al infractor de tránsito que pone en peligro la vida de los demás, al reincidente, al narcotraficante que vende su mercancía y dispara a sus competidores con un rifle de asalto. El que manipula la jauría en las redes sociales.

¿Cómo puede evitarse si el político cae en la tentación de explotar a las turbas, o si, habiéndose convertido él mismo en chivo expiatorio, cede a la tentación de desviar la venganza popular hacia otros chivos expiatorios? Se espera que los estadistas no cedan ante ninguna de los dos. No debemos soñar demasiado cuando se trata de canalizar las pasiones humanas. Pero, aun así, un poco. La esperanza es una virtud, aunque sea heroica, y es sobre toda conciencia heroica y lúcida a la que recae el esfuerzo de designar a los verdaderos culpables y de limpiar a la víctima inocente de toda sospecha.




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