8 de Marzo

Antonio Sánchez González.
Antonio Sánchez González.

La actual ofensiva desde el feminismo contra el amor no se limita a las advertencias: estructura un verdadero culto a su renuncia.

El 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer. Las mujeres nunca han sido tan educadas, libres, cuidadas, activas y cada vez más, bien remuneradas como lo son hoy. Por eso, posiblemente sea el momento para una reflexión acerca de si la realización de las mujeres hoy en día debe basarse más sobre su relación con el amor en lugar de una lucha política.

Hoy, parece el momento para tener cuidado con esta tendencia a la reclusión que quiere encerrar a las mujeres en un gueto sexual, tanto como con los sermones de las mujeres cultas que se conceden el derecho de hablar en nombre de todas las demás y definir sus necesidades. En este momento resulta un atrevimiento clasificar sus aspiraciones, porque eso sería por definición un acto de traición: hay tantas realizaciones posibles como mujeres, y la nivelación de la diversidad de los seres únicamente sobre la base de la diferencia entre sexos es absolutamente presuntuosa, tanto como resulta hacerlo en razón de la clase social.

Al reducir la relación entre hombres y mujeres a un contrato basado una relación de poder, lucha y dominación inequívocos, se ha violado el romanticismo de los discursos feministas. Al hacerlo, se pone en peligro el amor entre la mujer y el hombre: en principio acabamos en la politización de la intimidad, resultado de asumir la heterosexualidad como una relación fija de dominación social exclusivamente favorable al sexo masculino; en la “patologización del sentimiento”, cuando se concibe el amor y sus tormentos como un defecto psicológico, por ejemplo a través del “control” que ahora coloniza el campo léxico de la relación sentimental, un concepto vago utilizado indiscriminadamente para definir el apego como una dependencia enferma, de la que el otro es siempre designado responsable y culpable. Hemos acabado en la criminalización de lo masculino, consistente en llamar a cualquier ser con una excrecencia entre las piernas un mal a deconstruirse, con excesos como referirse a la amabilidad y la galantería como una marca de “sexismo benévolo”.

Temer al amor me parece razonable: es un sentimiento potencialmente peligroso, capaz de convertir cualquier fuerza de la naturaleza en una pequeña criatura frágil. Incluso hoy en día, el duelo amoroso es una de las razones más comunes para los intentos de suicidio.

Dicho esto, la actual ofensiva desde el feminismo contra el amor no se limita a las advertencias: estructura un verdadero culto a su renuncia. Son abundantes los artículos, ensayos, blogs y testimonios que definen la renuncia al amor como el acto supremo de emancipación femenina. Cualquier cosa es mejor que estar en una relación con un compañero: viajar por el mundo, invertir cuerpo y alma en tus proyectos profesionales, comprar un perro. Hace poco me caí de la silla cuando descubrí en un artículo feminista el término “sologamia” que consiste en casarse con uno mismo; un exceso comparable al de Disney donde crearon Vaïana, la primera princesa sin ningún romance que dedica sus canciones al mar mientras tiene aventuras con un semidiós obeso y un gallo. Con el mismo pretexto hay cada vez más música surgiendo en el debate público con el “arromanticismo” y la “asexualidad” que tienden a institucionalizarse.

Por desgracia, un feminismo rojo explota el sufrimiento de las mujeres para avanzar en su lucha política de acuerdo con una lectura pseudomarxista del mundo. Elige a sus víctimas, sus objetivos, sus peleas. Las activistas que permanecen sordas a los gritos de las mujeres israelíes heridas en su carne por los bárbaros de Hamas y que guardan silencio sobre la lucha que las mujeres iraníes están librando contra el régimen de los mulás, son las mismas que también cierran los ojos ante el patriarcado importado que le costó la vida a la joven Shaïna, en Creil. Según ellas mismas, “nuestra cultura judeocristiana” conduce irremediablemente a “feminicidios”.

Sin embargo, estos casos son interesantes porque exponen la hipocresía de todo un sistema que quisiera dictar a los demás por qué indignarse, además de cómo amar y con quién fantasear -y hasta por quién votar-. Esta franja del feminismo radical ataca tanto a hombres como a mujeres tanto como destruye lo que encuentra a su paso cuando se manifiesta.

Pretender confundir a todos los hombres con agresores sexuales es un movimiento de generalización injusta. Al asociar a las mujeres con la condición de víctimas permanentes y llamar a la sociedad a tratarlas como seres indefensos, sin tener en cuenta los logros de las últimas décadas y el hecho de que hayan tomado el poder en un gran número de ámbitos conduce a una esencialización de los sexos y los prepara para nada más que su confrontación.




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