
Huberto Meléndez Martínez.
Cuando la responsabilidad se manifiesta al tener a cargo una tarea.
A Francisco, mi hermano, por inculcar el cumplimiento del deber.
Se colocó de bruces espalda al sol, para asomarse a la noria y vio al fondo el reflejo del agua. No había mecanismo alguno para extraer el preciado líquido que necesitaban, ni cuerda o cubeta; solamente disponían de un garrafón de 10 litros, pero su hermano le había dicho que podía utilizar la escalera que tiempo atrás habían colocado.
Era una escala metálica de cable acerado, con peldaños de tubo galvanizado. Estaba sujeta de la parte superior con una cuerda gruesa de ixtle la cual parecía débil porque el sol la había deteriorado gradualmente. No sabía si en la parte de abajo o en los intermedios tendría otros puntos de sujeción.
Temeroso se colocó en el primer peldaño, bajó al segundo y tercero con más miedo, en el cuarto aspiró más aire a los pulmones y agarrado del borde de la superficie, hizo presión con sus pies, para calibrar la resistencia de la cuerda; hizo el movimiento cada vez con más fuerza, pues debía calcular que, de llegar hasta abajo, al subir portaría 10 kilogramos más por el contenido del recipiente
Al advertir que tenía la resistencia suficiente para poder con él, empezó a bajar agarrado con una mano, pues en la otra portaba el garrafón. Titubeante, despacio, con precaución, descendía sin mirar abajo para evitar el vértigo, la luz era cada vez más tenue.
Aproximadamente a los treinta peldaños se dio cuenta de que la escalerilla no tenía más puntos de apoyo que en los extremos superior e inferior, pero la elasticidad del material y su peso hizo que se fuera retirando de la pared, hacia el lado opuesto.
Le preocupó considerar que su espalda podía llegar al lado contrario. Lo cual fue sucediendo incluso antes de llegar a la parte media del trayecto. Involuntariamente empezó a sudar. En cierto momento tuvo dificultad para seguir porque no cabía en el espacio entre la escalera y la pared contraria. Recordó cuando jugaba en el columpio de la rama del pirul que estaba en la casa de los abuelos y se impulsaba hacia el frente para hacer espacio, a riesgo de que el reiterado movimiento aflojase los amarres.
Fueron inevitables los raspones en la piel, pero le animó sentir que se aproximaba al fondo.
¿Para qué tanto esfuerzo?
Su papá les había dejado en la parcela parveando frijol. Su hermano estaba aprendiendo a manejar el vehículo, aunque la falta de experiencia no le permitió pensar en que pisar el tazol dando vueltas a baja velocidad haría calentar demasiado el motor y faltaría agua al radiador. Lo advirtieron hasta ver el humo que salía por las rendijas del cofre.
Subir a la superficie combinó la satisfacción de superar el reto, con la frescura del aire de afuera.
Cuando llegó el padre y enterarse de los pormenores mostró un semblante de preocupación aquilatando el riesgo, aunque satisfecho de que ellos hubieran solucionado el contratiempo.