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Huberto Meléndez Martínez

Emoción por la escuela

Emoción por la escuela

Huberto Meléndez Martínez.

Al paso de los días se iba acercando un poco más al acceso de la escuela, constituida sólo por dos estancias.

Huberto Meléndez Martínez
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25 de febrero 2025

Dedicado a los primos Laredo Meléndez y Ruiz Martínez.

Apenas caminar unos treinta pasos de un pequeño de 5 años, era la distancia de la cocina de la abuela a la puerta de la escuela primaria, ubicada en la cuadra de La casa grande de la hacienda.

Su hermana mayor cursaba el 3er grado y su hermano iba a primero. Desde lejos se escuchaba el murmullo de las clases y a él le parecía que esos sonidos reflejaban un ambiente divertido.

Al paso de los días se iba acercando un poco más al acceso de la escuela, constituida sólo por dos estancias. Una era grande, con dos pizarrones en una pared, uno al fondo, donde el profe daba clases a los grandes y en el más cercano a la puerta, a los peques de primero y segundo. La otra estancia era un pequeño cuarto que estaba en la parte de atrás y era la casa del maestro, al cual podía entrarse dando vuelta por afuera del gran salón.

Hubo un día en que particularmente se sintió más contento porque a su mamá iría al pueblo; él y sus demás hermanos se quedarían a cargo de sus abuelitos, atendidos por una tía paterna. Podría entrar a clases.

Después de comer se hacía la tarea para la segunda jornada escolar que empezaba a las tres de la tarde. Ya le habían asignado un cuaderno para ahí “hacer la tarea” y dejara de rayar los útiles de sus hermanos o primos. Afanoso hacía trazos y con el apoyo fraterno empezó a conocer el trazo de letras, nombre y sonido. Cuánta satisfacción sentía al ir aprendiendo lo que sus primos Pablo y Pedro, de su misma edad, no podían hacer por vivir lejos. Se sentía importante por todo ello.

Su autoestima iba ascendiendo conforme pasaba el tiempo. Más seguro y contento estuvo cuando el maestro le dejó permanecer sentado junto a su hermano Francisco y en esos ratos tuvo acceso al resto de las letras del abecedario.

Practicar la lectura fue fácil porque en la tienda, la despachadora era la tía Manuela, había infinidad de artículos con sus nombres y los aprendió a leer incluso con rapidez.

Advirtió que podían estudiarse cosas interesantes en la doctrina. Las catequistas sabían mucho, también sus primos y hermanos mayores, pero el profe sabía más.

En cierta ocasión que jugaba con los primos, se enteró de que también estaban empezando a aprender a leer, contaban hasta el número cien y tenían memorizadas algunas de las lecturas de los libros… buscando elementos en lo que pudiera seguir ganándoles recordó algo: ellos difícilmente conocerían La canción de la bandera (el Himno Nacional Mexicano) y el saludo a la bandera, porque había visto y estado en la formación frente al monumento, varias mañanas frescas, contemplándola en lo alto con el ondear por el viento, sus colores brillantes escondiendo y mostrando el águila sobre el nopal con la serpiente en el pico.

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