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Huberto Meléndez Martínez

Después de vacaciones

Después de vacaciones

Huberto Meléndez Martínez.

Cuando llegó a su destino ya estaba allá su condiscípulo. Animados intercambiaron impresiones de los respectivos traslados.

Dedicado al amigo Salvador de los Reyes Fernández Guerrero.

Debía salir a las 4:30 de la mañana para caminar un tramo de terracería hacia la carretera y poder tomar el autobús que pasaba a las 6.

El vientecillo enfriaba mejillas y orejas, un ligero temor le invadió cuando se percató de que la penumbra lo envolvió cuando las tenues luces de las farolas públicas quedaron atrás.

Tomó un ritmo determinado con zancada de un dieciséisañero. Al bordear la loma ya no hubo más iluminación que la de las estrellas, era suficiente para poder ver la línea clara del camino. La luna se había ocultado en el horizonte. El paisaje celeste era increíble como en esos meses en que hay poca evaporación y escasa contaminación urbana.

Ese camino lo había transitado múltiples veces y a diversas horas del día, en ocasiones con su hermano, otras con algún primo, pero casi siempre sólo. Mantuvo la calma a pesar del pequeño sobresalto que produjo el canto del búho a lo lejos, el cual se aproximó a él y le acompañó hasta llegar a la cinta asfáltica, casi al clarear la mañana.

Las siluetas de las ramas de los huizaches, al igual que las palmas de la orilla parecían tener un mayor y tétrico tamaño. El ligero temor de momentos antes, desapareció por completo cuando escuchó el alegre ruido de los cascos de un caballo y el relincho, por el filo del cerro.

Un rato después entró en calor, aumentado quizá por el peso de su valija en que llevaba su ropa y el lonche de costumbre elaborado por su madre: una canal de conejo completo, hervido con verduras y un quimil de tortillas de harina.

El autobús llegó a tiempo y tuvo la suerte de que se detuviera a recogerlo, de otra forma había qué esperar varias horas a que pasara otro.

Ese transporte hizo escala en Concepción del Oro, pero lo llevaría a Saltillo. Ese trasbordo y el de Matehuala, lo pondrían de regreso en El Cedral al oscurecer, lugar en el que era estudiante normalista.

Se consideró afortunado, porque tuvo excedente en el pago de los boletos. $104.00 reunidos con cierto esfuerzo. Cuando llegó a su destino ya estaba allá su condiscípulo. Animados intercambiaron impresiones de los respectivos traslados. Aquel había tenido que viajar de ride todo el trayecto a falta de recursos económicos. El día que salieron de vacaciones sucedió igual. Se había ido al terminar las clases, aunque esa ocasión fue con otros amigos de la misma región. Qué sentir tan distinto, le abochornó su situación de mayor comodidad y desvió la plática con intención solidaria, hacia temas comunes sobre lo hecho en el periodo vacacional, porque la angustia de falta de dinero para pagar pasaje es resultado de la precaria condición familiar. Lo poco que habían logrado ahorrar tallando lechuguilla o cortando leña les permitió esperar el tiempo que faltaba para que llegara la añorada beca estudiantil.

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