Ramiro debe entrar al salón

A la maestra Milda del Consuelo Galván Coral, por permitirme escribir parte de su historia. A un mes de iniciado el ciclo escolar, los pequeñines de tercer grado de Preescolar, en la comunidad “Emiliano Zapata”, Municipio de Villa de Cos, Zacatecas, no lograban tener una semana completa de clases, por las reiteradas ausencias de la … Leer más

A la maestra Milda del Consuelo Galván Coral, por permitirme escribir parte de su historia.

A un mes de iniciado el ciclo escolar, los pequeñines de tercer grado de Preescolar, en la comunidad “Emiliano Zapata”, Municipio de Villa de Cos, Zacatecas, no lograban tener una semana completa de clases, por las reiteradas ausencias de la profesora en turno.

Para su fortuna llegó una suplente. Las clases se reanudaron de inmediato y pronto aquellos niños, ávidos de conocimiento, empezaron a dar muestras claras de la madurez física y mental que se obtiene en esos primeros años, durante la convivencia con otros de su misma edad, contribuye en la formación de los diversos rubros necesarios en la vida de las personas.

Una actividad que les gustaba mucho y generaba gran expectación, era la llegada del turno para llevarse a casa a “Tita”, una vaca de juguete que la mentora llevó desde el primer día.

La educadora, intentando motivar a sus alumnos hacia la expresión oral (pues la mayoría eran cohibidos, tímidos, vergonzosos, como lo muestran todavía muchos infantes del medio rural, a falta del denominado “roce social”), implementó la siguiente dinámica. A la hora de la salida, el niño o niña con mejor comportamiento podría llevarse a su casa a “Tita”, para que pasara esa fecha con su familia. A la mañana siguiente cada quien contaría al grupo, lo que sucedió con ese juguete durante el resto del día y por la noche.

Con notoria emoción narraban lo sucedido en su familia. Inventaban que la ordeñaban y tomaban leche, se les salía del corral, tuvieron que limpiar donde defecó, correteaba a sus demás hermanos, hacía mucho ruido por la noche, etc.

Ramiro, un niño estigmatizado desde el año anterior por supuesto bajo rendimiento, permaneció indiferente a esa tarea. Ni las canciones, los juegos, las risas divertidas de sus amiguitos dentro del aula, le despertaron interés. Se quedaba afuera.

La docente insistió en hacerle entrar sólo al principio. Supo que el principal reto sería hacerlo ocupar su pequeña silla y mesa de trabajo. Convencida de su propósito, tomó con serenidad el desafío.

Si el infante no quería entrar, el grupo iba a estar con él. Preparó sus clases de manera que pudieran realizarse a la intemperie.
Gradualmente fueron realizándose acciones cada vez más cerca del salón. El alumno lo más que hizo, a la mitad de la segunda semana, fue quedarse parado en el marco de la puerta.

“Tu mesa y tu butaca son estos” expresó la profesora viendo a su escolar y mostrando los muebles.

“Son para ti y puedes ocuparlos cuando quieras”, concluyó.

Mientras tanto puso una silla junto a la puerta para cuando se cansara.

A ese sitio le llevaba el material distribuido a los demás y poco a poco fue incorporándose al resto de sus compañeros.

Cuando regresó a “Tita” comentó y “escribió” (con dibujos) lo que había sucedido, con una alegría desbordante en sus ojos, que sólo es capaz de percibir una educadora.

*Director de Educación Básica Federalizada

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