
Huberto Meléndez Martínez.
Los niños se acercaron con actitud expectante y curiosa a ver aquello.
A María Liova y Francisco Alfonso mis hermanos mayores.
“Vengan, hijos, vengan a ver, ustedes que no conocen las víboras, así son”, dijo la mamá a dos de sus pequeños, mostrando la ilustración que había en la portada de un libro de texto de Primaria, aquellos que tenían simbolizada a la Patria. Su hija mayor cursaba el segundo grado de primaria y en esa fecha les habían hecho entrega de aquellos libros.
Los niños se acercaron con actitud expectante y curiosa a ver aquello. Había una mujer portando una gran bandera y al fondo una cabeza de un águila que con el pico presionaba a una víbora para devorarla, según explicó la progenitora. Los demás libros traían las mismas ilustraciones.
Poco tiempo después, el maestro de la escuela organizó una excursión al campo y permitió que sus alumnos invitaran a sus hermanos menores. Hubo gran entusiasmo porque era el mes de octubre y para esa fecha los conos de los pinos piñoneros van abriendo por la madurez de la semilla. Provistos de sombrero, tacos de frijoles, envueltos en una servilleta de tela, además de agua en una cantimplora, entre gritos alegres conversaciones jubilosas, animadas empezaron a caminar tras el caserío buscando veredas o senderos para andarlos.
Los primeros pinos estaban a un par de kilómetros de distancia. Los alumnos más altos rápido treparon entre las ramas defendiéndose de hormigas y arañazos de ramas secas, empezaron el corte de los conos, los fueron arrojando al suelo, previo acuerdo con algunos de los que tenían dificultad para trepar: “yo los corto, tú los juntas”. Al final hacían partes.
El hallazgo fue en el trayecto de ida. Aunque era temprano y las víboras salen a tomar el sol, dos niñas gritaron al ver una, deslizándose de manera transversal a la vereda. Los primeros al acudir fueron los niños y le gritaron al profesor, pues las niñas estaban azoradas y no alcanzaron a decir algo inteligible.
El maestro acudió, pronto se escucharon dos disparos de pistola, seguidos uno de otro. “En la mera cabeza” dijo un niño.
Cuando el maestro fue, vio la serpiente, era de cascabel, de veneno letal. Se puso en cuclillas y apuntó su revolver calibre 22 de mazorca. Segundos después dejó que fueran a verla. El color era el mismo del suelo por el que iba pasando, la pudieron ver por el movimiento que llevaba. Una ligera sensación de erizarse la piel recorrió el cuerpo de uno de los espectadores. Los impactos estaban justo detrás de la cabeza del animal.
La algarabía del arribo a la arboleda distrajo por horas aquella sensación de horror en el niño, pero se reavivó cuando al regreso volvió a verla… un conjunto de hormigas la envolvía, pero uno de los muchachos grandes las espantó para mostrar a los demás los largos y afilados colmillos haciendo presión encima con una vara de madera.
Era muy distinto verla en realidad, que en el dibujo del libro.