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Huberto Meléndez Martínez

Exceso de confianza

Exceso de confianza

Huberto Meléndez Martínez.

El respeto al adversario sucedía de manera recíproca porque se conocían desde competencias anteriores y había planteles con una tradición protagónica a la cual había que vencer.

Con particular reconocimiento, al colega Raúl Arredondo Valtierra.

Era un ciclo escolar en el cual se estaban cosechando más éxitos que en el anterior. El equipo docente se había consolidado al paso de los meses, perfilando objetivos comunes y sabiendo que el talento de sus alumnos necesitaba sólo un poco de apoyo.

En aquella comunidad escolar había transcurrido un par de meses con una actividad deportiva intensa. Se preparaban para un encuentro deportivo regional inter escolar Secundarias Técnicas, en el vecino municipio de Cañitas, Zac.

Los profesores quedaron distribuidos en los diversos deportes de conjunto y pruebas individuales de atletismo, al tiempo que también se disputaban a los alumnos, porque con centenar y medio de estudiantes, difícilmente completaban los equipos y algunos muchachos debían participar en varias pruebas.

Todas las tardes hervía el bullicio por las canchas, patios, pasillos y áreas deportivas tanto de la escuela como de la comunidad. Eventualmente había público animando, echando porras a los que entrenaban.

La expectativa de tener un mejor desempeño que el año anterior, en el cual habían cosechado muy buenos resultados, aunado al estreno de playera y short en los alumnos, del traje deportivo completo de los docentes y el director, daba seguridad y galanura a la delegación representativa.

El respeto al adversario sucedía de manera recíproca porque se conocían desde competencias anteriores y había planteles con una tradición protagónica a la cual había que vencer.

La competencia en el salto de altura motivó determinada concentración de público, aunque simultáneamente se desarrollaban otras disciplinas, los jueces hacían determinado esfuerzo por mantener el espacio suficiente entre la muchedumbre que invadía el área de impulso para la adecuada intervención de los atletas.

La primera prueba fue colocar la cinta a una altura de un metro, el cual fue librado por la totalidad de los participantes.

Los árbitros fueron elevando cinco centímetros cada vez, dando hasta tres oportunidades a quienes no lograban los primeros dos intentos.

La veintena de muchachos se fue reduciendo cada vez.

La marca del campeón procedía de la escuela en comento. Martín había logrado el primer lugar estatal con una marca de 1.55 m. Se aseguraba que en esta ocasión conservaría el título.

Pero falló en el primer intento del salto de 1.20 m. Una angustia momentánea fue superada cuando logró saltarlo en el segundo intento.

La duda apareció en el entrenador cuando el muchacho tomó impulso para saltar 1.25, lo cual no consiguió. Trastabilló lleno de vergüenza con la cinta enredada en los tobillos, cayendo en las colchonetas ubicadas después de las pértigas que sostenían el listón.

Al fallar el segundo intento el pánico invadió el rostro de entrenador y participante.

El grito de júbilo de los contrincantes mezclado con la expresión de desaliento desde lo más profundo de los pulmones de sus simpatizantes, testificó el fracaso de la tercera oportunidad, quedando descalificado fulminantemente.

Quedó la pregunta que polemiza: ¿qué impacta más, el error o el triunfo?

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