
Huberto Meléndez Martínez.
La intensa dinámica escolar no dejaba mucho tiempo libre para dar paso a la congoja de sentirse lejos de casa.
A mis hermanos Meléndez Martínez, por aquella añoranza en la adolescencia.
Aunque las mañanas eran igual de frías que en su terruño, el mayor número de situaciones era diferentes a lo que hasta esa edad le había tocado vivir.
Los primeros días transcurrían con una lentitud exasperante. La intensa dinámica escolar no dejaba mucho tiempo libre para dar paso a la congoja de sentirse lejos de casa, pero bastaban unos instantes de inactividad para que la tristeza invadiera sus pensamientos.
“Cayendo el primer grano, se desgrana la mazorca” había dicho su mamá en el momento de la despedida, una madrugada otoñal allá en su rancho. Lloraba porque era el primer hijo que tenía que salir de casa. Desconocían en dónde se ubicaba “El Cedral”. A ese lugar se iría a vivir su muchacho.
“Lo vas a poner nervioso” dijo el papá, intentando suavizar el desprendimiento. El consuelo era saber que se iba para cursar estudios profesionales. Ello debía ser alentador porque su padre confiaba en el éxito que podía tener su hijo. El primero de sus descendientes que se iba, como los primos Gabriel Torres e Ismael Martínez como buen referente.
Aprender costumbres de la gente de ese lugar; adaptarse a novedosas actividades escolares demandaban cada día más tiempo y atención; hacerse cargo de lavar y planchar su ropa (siempre había dependido de su madre y hermanas), le complicaba la existencia; no fue sencillo adecuarse a la nueva gastronomía del lugar, rico en verduras, muy distinta a lo vivido en la infancia y sus primeros años de adolescencia; hasta los modismos del lenguaje le causaban cierta extrañeza. Quizá los que él usaba también arrancaban algún esbozo de sonrisa a quien le escuchara.
A fuerza de necesidad tuvo que dejar a un lado la introversión que tenía y afrontar la vida sólo. Nunca creyó tan útiles sus conocimientos y la formación adquirida en la familia y los niveles educativos básicos. Fue el mejor tiempo para ponerlos en acción.
Alguno de esos primeros días, que la estación del año permite la llegada pronta de la noche, en su nueva realidad camino a casa, esta vez sin la compañía ordinaria de uno de sus condiscípulos, levantó la vista y en la penumbra de la larga calle Jiménez levantó la vista y vio un firmamento lleno de estrellas como allá en la majada de sus primos Laredo Meléndez, en medio del monte… le invadió la nostalgia.
Aquellas bellas épocas de convivencia familiar en juegos, estudios y trabajo eran ya parte de su historia. Nuevos retos esperando debían hacerse frente con decisión y aplomo.
En ese instante se percató de que pasaba mucho tiempo taciturno, pensativo, callado. La velocidad de su intelecto estaba siendo puesto a prueba para adecuarse y franquear los desafíos que implica llegar a un nuevo entorno.
Por el ejercicio de su profesión, las acciones inherentes a ella y el rol familiar, lejos estaba de imaginar cuántos nuevos cielos vería en el futuro.