Aprendizajes en la adolescencia

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

A mi generación contemporánea de la Escuela Secundaria   “A la clase de la semana próxima vendrán sólo los hombres. La sucesiva será exclusiva para las mujeres”, declaró la maestra de Orientación Vocacional”. La noticia causó expectativa, pero no aportó novedad alguna, dados los acontecimientos de la última semana. Transcurría la mitad del ciclo escolar … Leer más

A mi generación contemporánea de la Escuela Secundaria

 

“A la clase de la semana próxima vendrán sólo los hombres. La sucesiva será exclusiva para las mujeres”, declaró la maestra de Orientación Vocacional”.

La noticia causó expectativa, pero no aportó novedad alguna, dados los acontecimientos de la última semana.

Transcurría la mitad del ciclo escolar de aquella generación de estudiantes de tercero de secundaria, cuando fue dada de alta una joven alumna, a quien extrañamente se le permitía asistir portando ropa ordinaria, contra la política de la escuela sobre la obligatoriedad de utilizar uniforme en todos los eventos educativos, tanto intra como extramuros.

La presencia de la chica causó revuelo incluso en los grados inferiores, pues su desarrollo físico notoriamente era más avanzado que el de las compañeras. Aparte de ello, utilizaba ropa muy ligera como minifalda y lo más evidente, centro de las miradas de todos, un escote pronunciado. Quizá venía de alguna latitud donde había clima cálido.

En el salón le fue asignado el último lugar de la fila, por lo que Pascual se convirtió en la envidia de sus compañeros por ocupar el sitio contiguo. Como sus condiscípulos no podían pensar en permutar el sitio, fueron encontrando múltiples pretextos para acudir a él para verla y, aspirar el aura envolvente de su perfume, que existía en esa parte del aula.

Sus ojos grandes, la tez aterciopelada y su hablar dulce, motivaba también la conformación de montículos de muchachos de otros grados en el pasillo, cerca de la puerta, tanto a la hora de entrada como a la salida de la escuela.

El alboroto ocupó la atención de los docentes y particularmente la maestra Cruz atendió directamente el flanco más inquieto de la escuela.

Empezó la clase cuestionando la falta de discreción hacia la alumna, pues a muchos “les brotó” el espíritu de ayuda solidaria en el más mínimo detalle que la joven expusiera desconocimiento. Hablaba poco, pero no hacía falta pedir apoyo para tener siempre la disposición de colaboración de alguno o algunos de los estudiantes.

La orientadora pidió mesura, respeto, serenidad. La forma de ser de la adolescente se enmarcaba en la prudencia, parecía introvertida aunque confundía a los jóvenes porque su aspecto físico denotaba expresividad.

Hasta esa llamada de atención se sintieron descubiertos. Fueron tantos los señalamientos recibidos de la asesora, que aceptaron haber actuado “fuera de sus casillas”.

Se esperaba alguna manifestación por parte de las compañeras, como celo, reclamo o descalificación, pero fue notoria la indiferencia, mayormente después de que tuvieron la sesión aparte con la maestra.

Quizá todo debió volver a la normalidad, aunque no fue así, a pesar de que la estancia de la chica fue de apenas unas cuantas semanas, porque regresó a su escuela de origen.

La dirección escolar y planta docente advirtieron vacío en la educación sexual y emocional de sus estudiantes, misma que es necesaria desde la infancia, contando con la familia y el medio social.




Más noticias


Contenido Patrocinado