Anhelo Campirano

Huberto Meléndez Martínez.
Huberto Meléndez Martínez.

A Pedro Meléndez Mendoza, por dar un gran ejemplo de trabajo. Días previos al novenario de las fiestas patronales en el mes que inicia la primavera, iba al monte a arriar los bueyes para mantenerlos en el corral e iniciar las labores de siembra en su terreno. Todo el periodo invernal los dejaba sueltos porque … Leer más

A Pedro Meléndez Mendoza, por dar un gran ejemplo de trabajo.

Días previos al novenario de las fiestas patronales en el mes que inicia la primavera, iba al monte a arriar los bueyes para mantenerlos en el corral e iniciar las labores de siembra en su terreno. Todo el periodo invernal los dejaba sueltos porque sabían entrar al breñal donde había hierba y retoños de agave, donde se alimentaban hasta la saciedad.

Varios de sus familiares y vecinos le cuestionaban el inicio del ciclo agrícola, porque todavía no llegaba la temporada de lluvias. Él aseguraba que al arar la parcela y tomar de la calle del surco un puñado de tierra, apretarlo con sus dedos y, abriendo la mano, ver que quedaba formado un terrón sobre su palma, había humedad suficiente para que el maíz, el frijol, la calabaza o el girasol, pudieran esperar los primeros aguaceros sin que “se vaciara” la semilla.

Confiaba en el trabajo realizado¸ después de levantar la cosecha del año anterior barbechó su tierra, intentando retener la humedad de la misma con las eventuales “aguas nieves” del mes de enero. En esa misma temporada desazolvó las acequias, reparó el cercado del alambre de púa, sustituyendo los postes carcomidos por polilla. Además, cuando presentía que los aguaceros llegarían pronto, ayudaba un poco poniendo a remojar la semilla desde un día antes de sembrarla.

Otra precaución que tomaba muy en cuenta era realizar en breve tiempo su trabajo, así tuviera que madrugar desde las cuatro de la mañana para alimentar, uncir la yunta, degustar su sencillo almuerzo a base de frijoles, tortillas y café, preparar los aperos de labranza y trasladarse a la labor en su carreta, a una velocidad de siete kilómetros por hora, horadando la oscuridad de la mañana.

Colocaba el tiro en la cabecera del cultivo con el arado presto para iniciar en cuanto apareciera el primer rayo de luz del día. De esa manera podía aprovecharse mejor el tiempo, porque las noches empezaban a decrecer con la proximidad del primer equinoccio del año.

Es remoto que personas del medio urbano puedan saborear, por el mes de septiembre, la delicia de las gorditas de maíz crudo, las quesadillas con flor de calabaza, los suculentos hongos de maíz, los ejotes, el frijol o las calabacitas tiernas.

Es también lejana la posibilidad de que un infante citadino pueda deleitarse con aquellas golosinas de los centros agrícolas como los dulces elotes con sabor insustituible (cocinados el mismo día que se cortan), el refrescante jugo de la caña del maíz que resta al quitar el elote, jugar al helicóptero con una pluma de gallo insertada en el tronco de un olote de mazorca, saborear el esquite o la calabaza tatemada, aderezada con leche, azúcar o miel de abeja.

Esa actividad esperanzadora realizada por décadas en tierras de temporal, fomentó en la descendencia la convivencia familiar, solidaridad, responsabilidad, honradez, nobleza, sencillez y con acentuada importancia, la cultura del esfuerzo.

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