
Gerardo-Luna-Tumoine-2024-Opinion
Durante años, creí que perdonar era un gesto casi heroico, reservado para los corazones y mentes generosas, para los que aman incondicionalmente.
Perdonar, ¿Un acto de amor o de egoísmo? “Si no perdonas por amor, perdona por egoísmo, por tu propio bienestar”, dice con sabiduría mi querido amigo el Dalai Lama, con quien he compartido vivencias profundas que marcaron mi vida. Esta frase, breve pero contundente, me confronta y me invita a reflexionar desde dos miradas aparentemente opuestas, pero profundamente humanas: el amor al otro y el cuidado de uno mismo.
Durante años, creí que perdonar era un gesto casi heroico, reservado para los corazones y mentes generosas, para los que aman incondicionalmente. Que sólo desde el amor auténtico podía uno desprenderse del rencor. Pero con el tiempo y la experiencia y gracias a la reflexión que esta frase provocó en mí, comprendí que el perdón no siempre nace del amor al otro… sino, muchas veces, del amor propio.
Perdonar por egoísmo no es justificar lo que nos hicieron. No es minimizar el daño ni borrar la memoria. Es, más bien, dejar de cargar con lo que no nos pertenece. Es reconocer que los actos del otro —por crueles, injustos o dolorosos que hayan sido— son precisamente eso: actos del otro. No son nuestros. No nacieron de nuestra voluntad ni de nuestro merecimiento. Y, sin embargo, nos los echamos al alma como si fueran propios.
Muchos hemos crecido creyendo que perdonar es un gesto exclusivamente altruista, casi heroico. Que el perdón debe brotar del amor, de la compasión, de una generosidad que se ofrece sin esperar nada a cambio. Y es cierto: perdonar por amor es una de las formas más elevadas de liberación. Es mirar al otro con misericordia, entender sus heridas, y dejar ir el rencor como quien suelta una piedra que ya no quiere cargar.
Pero ¿Qué pasa cuando no logramos alcanzar ese amor? ¿Qué hacer cuando el dolor nos impide mirar con ternura a quien nos ofendió? Aquí es donde la frase del Dalai Lama toma otra dimensión. Si no perdonas por amor —porque te duele, porque no puedes aún— entonces hazlo por ti. Por tu salud emocional, por tu paz interior, por la tranquilidad de tu conciencia, deja un lado los traumas y complejos que te ocasionaron otros.
El rencor es una cárcel que construimos con nuestras propias manos. Perdonar, incluso desde una motivación egoísta, es abrir las puertas y respirar en libertad. Es dejar de intoxicar el presente con los venenos del pasado. Y en ese acto de aparente egoísmo, suele aparecer la paradoja: que el perdón, incluso nacido del cuidado de uno mismo, acaba siendo un regalo también para el otro. Porque sanar uno es comenzar a sanar el vínculo. Porque cuando uno se libera del odio, se hace más posible amar otra vez.
Está reflexión nos invita a perdonar desde donde podamos. Desde el amor o desde el instinto de supervivencia. Pero perdonar. Porque no hacerlo es envenenarse a uno mismo cada día. Porque no hacerlo es quedarse atado a lo que ya no existe.
Perdonar, incluso por egoísmo, es una manera de soltar. Es decirle a uno mismo: “Esto que pasó no define quién soy, no lo cargaré más”. Es un acto de liberación, no de reconciliación necesariamente. Es sacarse el peso de una ofensa que ya no queremos que marque nuestra vida. Porque al perdonar —aunque sea por puro bienestar personal— dejamos de alimentar el resentimiento, y con ello, recuperamos nuestra paz.
Hoy sé que perdonar no es un regalo que se le da al otro, sino a uno mismo. Es la elección consciente de no vivir atado a lo que alguien más hizo. Es una forma de limpiar la mente y seguir adelante sin ese equipaje ajeno. Porque los actos del otro son suyos… pero el perdón, ese sí, nos pertenece por completo.