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Hace unos días, mi hijo David subió en su Instagram, una reflexión que me conmovió profundamente.
“Compassion is the radicalism of our time”, escribió el Dalai Lama. La compasión —esa fuerza silenciosa y activa a la vez— se presenta no como un simple sentimiento, sino como una postura de vida profundamente transformadora. En tiempos de confrontación, egoísmo y superficialidad, ser compasivo es verdaderamente revolucionario.
Hace unos días, mi hijo David subió en su Instagram, una reflexión que me conmovió profundamente. Desde su mirada joven, libre y sincera, escribió tras ver una imagen del encuentro que tuvimos con H.H. Dalai Lama en Dharamshala.
“No soy un hombre religioso. Aun así, es realmente inspirador presenciar lo que un hombre puede hacer por su pueblo; incluso a costa de su propia libertad.
Aspiro a respetar a los demás como lo respeto a él. Aceptarme para empatizar y entender al Otro es mi mayor tarea. Intentarlo es suficiente “ D.L.
En esas líneas se condensa una verdad luminosa: no se necesita pertenecer a una tradición religiosa para conmoverse ante la grandeza de alguien que ha entregado su vida por la paz, la dignidad y la libertad de su pueblo. La espiritualidad auténtica trasciende credos y se convierte en ejemplo vivo.
La figura del Dalai Lama no sólo ha dejado una marca profunda en mi vida y en la de mis hijos; su mensaje nos invita a todos —sin excepción— a construir una comunidad más humana y más compasiva. No lo conocimos como una celebridad, sino como un hombre sencillo y firme, sereno y sabio. En sus palabras y en su risa habita una fuerza serena, la misma que ha resistido el exilio, el dolor y la injusticia, sin perder la esperanza.
David, al escribir “Intentarlo es suficiente”, nos recuerda algo esencial: la compasión no exige perfección. Nos exige presencia. Nos pide mirar al otro con respeto, con curiosidad sincera, con el deseo de comprender antes que de juzgar. Y para ello, primero debemos aceptarnos a nosotros mismos. Solo quien ha hecho las paces con su interior puede realmente abrir su corazón a los demás.
Hoy, en un mundo donde el cinismo suele disfrazarse de inteligencia y la indiferencia de fortaleza, atrevernos a ser compasivos es una forma de resistencia activa. Ser radical hoy es escuchar, perdonar, tender puentes, ofrecer el beneficio de la duda. Es vernos como una sola humanidad, diversa pero profundamente conectada.
Que esta pequeña historia —un hijo, su padre y un sabio anciano del Tíbet— nos inspire a recordar que las ideas más sencillas suelen ser las más poderosas. Que la compasión, cuando es auténtica, no se enseña desde un púlpito ni desde un podio, sino que se contagia con el ejemplo de cada día.
Que todos nosotros, en nuestra vida cotidiana, podamos intentarlo. Porque intentar vivir con respeto, empatía y compasión… ya es, en sí mismo, suficiente.